Escrito en el año de 1628, las Reglas para la dirección del espíritu expresan, sobre todo, la concepción
que tenía Descartes sobre la correcta consecución de un conocimiento certero. El
texto se divide en veintiún reglas, de las cuales, en esta entrada, se le hará
especial énfasis a las primeras siete. La primera regla reza: El fin de los estudios debe ser dar al
espíritu o la mente una dirección que le permita formular juicios sólidos y
verdaderos sobre todo lo que se presenta a él. Esta regla invita a
potenciar nuestra razón mediante el uso continuo de la misma en todo asunto que
se nos presente; con ella, Descartes plantea la necesidad de estudiar la razón
misma para poder acrecentarla y hacer buen uso de ella. La segunda regla dicta:
Solamente hemos de ocuparnos de aquellos
objetos para cuyo conocimiento cierto e indudable parecen ser suficientes
nuestras mentes. Esta segunda regla sostiene que solo debemos considerar
objetos de nuestro estudio aquellos de los cuales nuestra razón pueda ocuparse.
Aquí se dejan de lado los conocimientos probables y se otorga preponderancia a
aquellos conocimientos de lo que no se puede dudar. Esto busca ejercitamos en el
uso de la razón, a la vez que la orientamos a los objetos que podamos entender
sin tener dudas respecto a ellos.
La tercera regla reza: Por lo que respecta a los objetos o temas considerados, no es lo que otro piensa o lo que nosotros mismos conjeturamos lo que hay que buscar, sino lo que nosotros podemos ver por intuición con claridad y evidencia, o lo que nosotros podemos deducir con certeza: no es otra, en efecto, la manera en que se adquiere la ciencia. Debemos a esta regla, pues, desconfiar de lo que nos dicen y leamos de los demás, incluso de los filósofos como Platón o Aristóteles, pues de lo que se trata no es de enterarse de cosas (Descartes habla aquí de la historia como saber) sino de pensar, esto con el fin de formar juicios sólidos respecto a las cosas que ya hemos delimitado en tanto que la razón ha de dedicarse.
La tercera regla reza: Por lo que respecta a los objetos o temas considerados, no es lo que otro piensa o lo que nosotros mismos conjeturamos lo que hay que buscar, sino lo que nosotros podemos ver por intuición con claridad y evidencia, o lo que nosotros podemos deducir con certeza: no es otra, en efecto, la manera en que se adquiere la ciencia. Debemos a esta regla, pues, desconfiar de lo que nos dicen y leamos de los demás, incluso de los filósofos como Platón o Aristóteles, pues de lo que se trata no es de enterarse de cosas (Descartes habla aquí de la historia como saber) sino de pensar, esto con el fin de formar juicios sólidos respecto a las cosas que ya hemos delimitado en tanto que la razón ha de dedicarse.
Portada del Discurso del método. Reglas para la dirección del espíritu, editorial
Orbis.
Aquí Descartes hace la precisión de
que llegamos al conocimiento de las cosas por dos caminos: por intuición (conocimiento
directo del espíritu) y por deducción. Debemos entonces, pues, deducir con
certeza e intuir con claridad y evidencia. La cuarta regla dice: Para la investigación de la verdad de las cosas es necesario el Método.
Ésta regla muestra el punto al que quiere llegar Descartes, donde plantea que
es mejor no realizar una investigación a hacerlo sin un método. Dicho método
es, para Descartes: “(…) un conjunto de reglas ciertas y fáciles cuya exacta
observancia permite que nadie tome nunca como verdadero nada falso (…)” (p.
57). Se debe partir entonces de las cosas más sencillas para alcanzar los
conocimientos más complejos. La quinta regla es una continuación inmediata, donde
se profundiza un poco más cómo ha de llevarse este método: Todo el método consiste en el orden y la disposición de los objetos
sobre los cuales hay que centrar la penetración de la inteligencia para
descubrir alguna verdad. Nos mantendremos cuidadosamente fieles a él si
reducimos gradualmente las proposiciones complicadas y oscuras a proposiciones
más simples, y luego, si partiendo de la intuición de las que son las más
simples de todas, procuramos elevarnos por los mismos escalones o grados al
conocimiento de todas las demás. Descartes menciona que la causa del mal o del
escaso entendimiento de las cosas tiene que ver con el hecho de que muchos inician
sus estudios a partir de las cosas más difíciles u oscuras, siendo esto un
despropósito.
La sexta regla reza: Para distinguir las cosas más simples de las
que son complicadas y poner orden en su investigación, es preciso, en cada
serie de cosas en que hemos deducido directamente unas verdades de otras, caer
en la cuenta de qué es lo más simple y de cómo todo lo demás está más, menos o
igualmente alejado de ello. El desarrollo de esta regla conlleva distintas
apreciaciones, y en ella podemos encontrar la distinción entre la existencia de
las cosas relativas y las absolutas. Cabe resaltar la importancia aquí del
siguiente planteamiento: antes de disponernos a afrontar algunas cuestiones, debemos
recoger espontáneamente las verdades que se presentan y ver luego gradualmente
si se pueden deducir de ellas algunas otras, luego otras de estas últimas, y
así sucesivamente. Este conocimiento certero se ve acompañado de una gran
atención y sagacidad del estudioso. Esta anotación se desarrollará en la
séptima regla cuando Descartes se refiera al encadenamiento y al papel
fundamental de la intuición para desarrollar una lógica que guie nuestros
descubrimientos: Para llevar a su complexión la ciencia, es preciso recorrer
una a una todas las cosas que pertenecen al fin que nos hemos propuesto
mediante un movimiento del pensamiento continuo e ininterrumpido, y es preciso
abarcarlas en una enumeración suficiente y metódica.
Referencias
Descartes, R. (1983).
Discurso del método. Reglas para la dirección del
espíritu. Editorial
Orbis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario