viernes, 15 de mayo de 2020

La duda metódica y la existencia de Dios en las Meditaciones metafísicas


Escritas originalmente en latín y publicadas en el año de 1641, las Meditaciones metafísicas para demostrar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, es una obra filosófica compuesta por seis capítulos, cada uno de ellos equivalente a una meditación. La primera de ellas se titula Acerca de las cosas que se pueden poner en duda. Descartes inicia esta meditación planteando, casi a modo de necesidad, el hecho de desligarse voluntariamente de todos sus antiguos juicios sobre las cosas a las cuales creía ciertos e indudables, a raíz de descubrir que existe, por medio de sus sentidos, la posibilidad de estar errando en sus percepciones, indagando así un nuevo modo de relacionarse con éstas. Hasta ese día Descartes había dado por cierto algunas cosas que se fundan en opiniones y vacuos principios. La utilidad de esta duda ayudará a eliminar los prejuicios, guiándonos por un camino que se desligue de los sentidos hasta llevarnos a saber qué es realmente lo verdadero. Partiendo de allí, Descartes examinará los principios que cimientan todas sus opiniones sobre el mundo.

Descartes retoma la idea de que el conocimiento adquirido por los sentidos es engañoso. Sin embargo, no podía dudar de que era alguien que poseía un cuerpo, pues dudar de ello sería una locura, por lo que tampoco era sensato dudar de que dormía, comía, etc. En este apartado Descartes escribe sobre la vigilia y el sueño, y señala cómo muchas veces damos por real lo que soñamos. Esto da a entender que hay algo en los sueños que proviene de la realidad, así como una pintura de alguna cosa que nunca hemos visto está compuesta de colores que son verdaderos y de los que no podemos dudar. 


 Busto de Descartes en el Palacio de Versalles

Descartes supondrá que está siendo engañado, que no hay un Dios supremo que todo lo guía, sino un genio maligno que se ha dedicado a la burla. Se cuidará entonces de no darle crédito a ninguna falsedad, pero esta es una ardua labor que al final lo llevaría a caer en sus anteriores opiniones. Esta primera meditación termina con Descartes temiendo no poder aclarar las dificultades que él mismo acababa de formular.

La segunda meditación se titula Acerca de la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo. Aquí Descartes buscará resolver todas las cuestiones planteadas el día anterior, esto es, en la primera meditación. Mediante la guía de la duda asume que su cuerpo, su extensión en el espacio y su movimiento no son más que engaños del espíritu, concluyendo que, tal vez lo único verdadero en el mundo, es que no hay nada cierto. Descartes ha dudado de que el cielo sea verdadero, pero no duda de que piensa, de que es alguien pensante, así fuese que estuviera bajo algún tipo de engaño. Descartes concluye que él es, aunque no sepa muy bien qué cosa. Para no confundirse respecto de lo que es ahora, pensará acerca de lo que era anteriormente. Con esto, llega a la respuesta de que él pensaba que era un hombre, pero que definir al hombre como un animal racional sería un despropósito, pues tendría no solo que decir qué animal sino también explicar el por qué es racional. La conclusión aquí es que las cosas que son manifestadas no se conocen por los sentidos y tampoco por la facultad de imaginar, que se plantea para explicar la realidad de los sueños.

Con todo, responde que él es por el tiempo que piense, siendo el pensamiento un atributo del alma. Es una cosa que piensa. Pero ¿Qué es esa cosa que piensa? es una cosa que duda, que afirma, que niega, que quiere, que imagina, etc. Pues, aunque lo que imagine puede que no sea verdadero, no puedo dudar que el poder de imaginar está en mí.


Estatua de Descartes en La Haye, Jean Charles Guillo

A continuación, Descartes expone el ejemplo de un pedazo de cera que sacó de una colmena, en ella hay una forma, un color, un olor y un sabor. Cuando es acercada al fuego todos estos atributos se pierden. Después de este cambio, sigue siendo la misma cera. Descartes piensa que tal vez la cera era un cuerpo que antes se presentaba de una forma y ahora de otra. Queda pues, de esa transformación, algo extenso y mudable. Sabemos que es la misma cera, pero no por nuestros sentidos, sino por una inspección del espíritu de manera clara y distinta. Lo que Descartes dice sobre la cera puede ser aplicado a cualquier otra cosa externa. Concluimos entonces que conocemos las cosas por la facultad que tenemos de comprender con el pensamiento, es decir, del entendimiento, y no por lo sentidos o la imaginación.

La tercera meditación se titula Acerca de Dios; que existe. Descartes inicia esta meditación apartándose de todo lo que le rodeaba: cierra los ojos, tapa sus oídos y considera como falsas las imágenes de las cosas corporales y opiniones antiguas que consideraba como ciertas. Se pregunta si hay algún otro tipo de conocimientos en él que aún no haya notado. Se propone examinar si existe un Dios, escapando de explicaciones metafísicas y guiado absolutamente por el camino de la duda. Parte de los propios pensamientos dividiéndolos en géneros: unos son imágenes de las cosas y llevan por nombre ideas, como la idea de un hombre, de un ángel, etc. Otros son pensamientos llamados voluntades y otros juicios. Si hablamos de las ideas sin referirlas a ninguna otra cosa, tenemos que éstas son siempre verdaderas, pues no es menos verdadero que imagine una cabra o una quimera.

De las afecciones o voluntades no podemos decir que sean falsas, pues se puede desear cosas buenas o malas y no es menos verdadero que así las desee. Descartes divide las ideas en aquellas que vienen con nosotros, las que vienen del exterior y las que nos inventamos. Existe, pues, la realidad objetiva de las ideas como la idea de libro y además el libro como realidad eminente. Si las realidades objetivas de ciertas ideas son tal, yo mismo no puedo ser su causa. De allí que no somos los únicos capaces de crear algo. Hay algo superior, una idea que representa a Dios. Para Descartes toda idea es un ente, y todos los entes tienen una causa, pero Dios es un ente que tiene por la causa a sí mismo, es decir, carece de causa; es una sustancia infinita en cuanto nosotros somos sustancia finita. La existencia de Dios en Descartes no tiene que ver con el hecho de una preocupación religiosa sino con una prueba para demostrar que nuestra razón no está constitutivamente mal hecha. 


Referencias bibliográficas 

Descartes, R. (2009). Meditaciones acerca de la filosofía primera. Seguidas de las objeciones y respuestas. Colección general biblioteca abierta. Universidad Nacional de Colombia.

viernes, 8 de mayo de 2020

Sobre las siete primeras Reglas para la dirección del espíritu, obra escrita por René Descartes


Escrito en el año de 1628, las Reglas para la dirección del espíritu expresan, sobre todo, la concepción que tenía Descartes sobre la correcta consecución de un conocimiento certero. El texto se divide en veintiún reglas, de las cuales, en esta entrada, se le hará especial énfasis a las primeras siete. La primera regla reza: El fin de los estudios debe ser dar al espíritu o la mente una dirección que le permita formular juicios sólidos y verdaderos sobre todo lo que se presenta a él. Esta regla invita a potenciar nuestra razón mediante el uso continuo de la misma en todo asunto que se nos presente; con ella, Descartes plantea la necesidad de estudiar la razón misma para poder acrecentarla y hacer buen uso de ella. La segunda regla dicta: Solamente hemos de ocuparnos de aquellos objetos para cuyo conocimiento cierto e indudable parecen ser suficientes nuestras mentes. Esta segunda regla sostiene que solo debemos considerar objetos de nuestro estudio aquellos de los cuales nuestra razón pueda ocuparse. Aquí se dejan de lado los conocimientos probables y se otorga preponderancia a aquellos conocimientos de lo que no se puede dudar. Esto busca ejercitamos en el uso de la razón, a la vez que la orientamos a los objetos que podamos entender sin tener dudas respecto a ellos. 

La tercera regla reza: Por lo que respecta a los objetos o temas considerados, no es lo que otro piensa o lo que nosotros mismos conjeturamos lo que hay que buscar, sino lo que nosotros podemos ver por intuición con claridad y evidencia, o lo que nosotros podemos deducir con certeza: no es otra, en efecto, la manera en que se adquiere la ciencia. Debemos a esta regla, pues, desconfiar de lo que nos dicen y leamos de los demás, incluso de los filósofos como Platón o Aristóteles, pues de lo que se trata no es de enterarse de cosas (Descartes habla aquí de la historia como saber) sino de pensar, esto con el fin de formar juicios sólidos respecto a las cosas que ya hemos delimitado en tanto que la razón ha de dedicarse. 

 Portada del Discurso del método. Reglas para la dirección del espíritu, editorial Orbis.

Aquí Descartes hace la precisión de que llegamos al conocimiento de las cosas por dos caminos: por intuición (conocimiento directo del espíritu) y por deducción. Debemos entonces, pues, deducir con certeza e intuir con claridad y evidencia.  La cuarta regla dice: Para la investigación de la verdad de las cosas es necesario el Método. Ésta regla muestra el punto al que quiere llegar Descartes, donde plantea que es mejor no realizar una investigación a hacerlo sin un método. Dicho método es, para Descartes: “(…) un conjunto de reglas ciertas y fáciles cuya exacta observancia permite que nadie tome nunca como verdadero nada falso (…)” (p. 57). Se debe partir entonces de las cosas más sencillas para alcanzar los conocimientos más complejos. La quinta regla es una continuación inmediata, donde se profundiza un poco más cómo ha de llevarse este método: Todo el método consiste en el orden y la disposición de los objetos sobre los cuales hay que centrar la penetración de la inteligencia para descubrir alguna verdad. Nos mantendremos cuidadosamente fieles a él si reducimos gradualmente las proposiciones complicadas y oscuras a proposiciones más simples, y luego, si partiendo de la intuición de las que son las más simples de todas, procuramos elevarnos por los mismos escalones o grados al conocimiento de todas las demás. Descartes menciona que la causa del mal o del escaso entendimiento de las cosas tiene que ver con el hecho de que muchos inician sus estudios a partir de las cosas más difíciles u oscuras, siendo esto un despropósito. 

La sexta regla reza: Para distinguir las cosas más simples de las que son complicadas y poner orden en su investigación, es preciso, en cada serie de cosas en que hemos deducido directamente unas verdades de otras, caer en la cuenta de qué es lo más simple y de cómo todo lo demás está más, menos o igualmente alejado de ello. El desarrollo de esta regla conlleva distintas apreciaciones, y en ella podemos encontrar la distinción entre la existencia de las cosas relativas y las absolutas. Cabe resaltar la importancia aquí del siguiente planteamiento: antes de disponernos a afrontar algunas cuestiones, debemos recoger espontáneamente las verdades que se presentan y ver luego gradualmente si se pueden deducir de ellas algunas otras, luego otras de estas últimas, y así sucesivamente. Este conocimiento certero se ve acompañado de una gran atención y sagacidad del estudioso. Esta anotación se desarrollará en la séptima regla cuando Descartes se refiera al encadenamiento y al papel fundamental de la intuición para desarrollar una lógica que guie nuestros descubrimientos: Para llevar a su complexión la ciencia, es preciso recorrer una a una todas las cosas que pertenecen al fin que nos hemos propuesto mediante un movimiento del pensamiento continuo e ininterrumpido, y es preciso abarcarlas en una enumeración suficiente y metódica.

Referencias

Descartes, R. (1983). Discurso del método. Reglas para la dirección del espíritu. Editorial Orbis.

viernes, 1 de mayo de 2020

René Descartes y el principio de la duda metódica

René Descartes nació en el año 1596 en la ciudad de Touraine, Francia, y murió en Estocolmo en el año 1650. Se considera que con su obra inicia el periodo conocido como filosofía moderna. Descartes adquirió este mérito por incursionar en el planteamiento de un método fundamental, fundado en la duda metódica, el cual transformaría la manera en que se realizan las investigaciones en el campo de la filosofía y de la ciencia en general. Una de las primeros elementos que este filósofo cuestionó fue la existencia de Dios, formulando la relación existente entre los sentidos del cuerpo, el mundo exterior, una deidad creadora y el alma. A partir de ahí aparecen los conceptos con los cuales Descartes desarrolla su método, hasta llegar a la formulación de verdades claras y distintas, operantes por medio de las matemáticas, de donde se obtienen ideas innatas como la conciencia.

Retrato de René Descartes, por Frans Hals. Fuente: wikimedia.

Descartes sostuvo que no podría suceder que algún ser omnipotente hubiese dispuesto las cosas de modo que todo pareciera ser de una manera sin serlo en realidad, y que, por tanto, no existiese tierra, cielo, figuras, magnitudes y lugares, siendo toda una ilusión. Si era cierto que los sentidos que Dios le había dado al hombre lo engañaban, mostrándole una realidad trastocada, entonces ¿era Dios una especie de bromista? Descartes no estuvo de acuerdo con esa respuesta, pues la razón no podía llegar a conclusiones contrarias a las de la revelación de Dios, además, debía cuidarse de tales afirmaciones, pues sabía que los principales lectores de sus obras eran teólogos de la época. 

Con esto, Descartes supone que no es Dios el causante de las ilusiones, pues él es todo bondad y fuente de la verdad. Debía ser entonces un espíritu burlón, maligno, poderoso y falaz, uno que empleara toda su industria en engañarlo: de tal manera que el aire, la tierra, las figuras, los colores, los sonidos y todas las cosas exteriores no eran otra cosa que ilusiones y sueños, de los que este espíritu se había servido para tender trampas a su credulidad. Para escapar de esto, Descartes se piensa como si no tuviera manos, ojos, carne o sangre; es decir, como si no poseyera sentidos, preguntándose a continuación: ¿Para qué me sirven los sentidos si me informan erróneamente? Solo puedo tener certeza de ser una cosa que piensa, y de lo que realmente no puedo dudar es de mi duda. De tal manera que toda la atención debe estar dirigida, no al ser de las cosas, sino al ser que piensa las cosas: cogito ergo sum.

Para Descartes, toda la filosofía debía operar con representaciones claras y distintas, pues solo así sería considerada una ciencia segura. Sobre esto profundizaremos en una próxima entrada sobre Las meditaciones metafísicas. Lo qu debe quedar claro es que la filosofía de Descartes es un interrogante constante, el cual deja en entre dicho, de manera paulatina, aspectos del mundo exterior.