A partir de la anterior disertación sobre la idea de filosofía (ver entrada), en donde el énfasis engloba al sujeto como constructor y unificador de saberes, tendremos en cuenta esta otra hipótesis aparentemente complementaria: la mayoría de los análisis referidos al individuo, en el curso de la modernidad reflexiva, remiten a la cuestión de la identidad. Esta idea resulta gratamente problemática, pues el estudio del individuo es tan polifacético como las perspectivas existentes para abordar el tema de la identidad. Por ello, tomaremos un carácter ascendente en la exposición, y así como Max Weber construyó sus análisis partiendo de la acción social en tanto referida a otros (para luego pasar a la conformación de las organizaciones y terminar en sus análisis del Estado), desarrollamos nuestra tesis, acompañados de autores como Gilles Lipovetsky y Michel Maffesoli, donde podremos inferir que la afirmación de las subjetividades conlleva a una serie de identidades grupales. No planeamos desarrollar el tema de la identidad, en cuanto tal cuestión remite a énfasis particulares para abordar nuestro tema. Corroboraremos u objetaremos algunos planteamientos de los autores mencionados, teniendo en mente ejemplos concretos.
Juan Gris, Juan Legua (1911), Metropolitan Museum Art. Fuente: Wikicommons.
Antes de iniciar es necesario mencionar otra constante que no debe pasarse por alto, y es que las subjetividades y las identidades grupales (conjuntos que comparten intereses comunes, o el narcisismo colectivo, en términos de Lipovetsky) se enmarcan analíticamente en el contexto de la vida cotidiana, es decir, de las microsociologías. Danilo Martuccelli resaltó la importancia de este enfoque cuando planteó que la sociología de Erving Goffman y la etnometodologia, por ejemplo, establecían que era en las situaciones mayormente desapercibidas donde emergen los caracteres que ayudan a comprender las acciones individuales. Son estos planteamientos los que llevan a la afirmación de que, cuando el individuo reconoce al otro, se vuelve consciente de que está envuelto en dinámicas exteriores que lo obligan a actuar de cierta manera.
Juan Gris, Harlequin with a guitar (1916), Metropolitan Museum Art. Fuente: Wikicommons.
Lo anterior querría decir que solo conformamos una identidad individual siempre y cuando tratemos de diferenciarnos o igualarnos a un externo. Así, para Martuccelli, la autonomía de la subjetividad es resultado de un proceso de individuación mediante el cual las instituciones sociales (fracturadas, reformadas y consolidadas bajo los nuevos ideales del proceso histórico de la modernidad occidental) (ver primera entrada del ciclo), reconocen progresivamente los derechos y valores individuales. De tal manera, la problemática tiene que ver con este mismo punto de partida, pues parece que la consolidación de las subjetividades se construye en el momento que existen elementos comunes, gustos o afinidades. Sin embargo, contrario a lo que se pueda pensar, tales afinidades pueden no ser duraderas y estar constituidas por la característica de la evanescencia, y aquí Lipovetsky y Maffesoli entran al tema estando de acuerdo, pues existen grupos que comparten objetivos que pueden ser tanto estáticos como efímeros.
Juan Gris, Le petit déjeuner (1914). Fuente: www.moma.org
Lipovetsky plantea que existe un constante proceso de acrecentamiento del respeto por las diferencias y un culto a la liberación personal (Lipovetsky, 2010). Ejemplo de ello serían los movimientos ambientalistas que exigen ser reconocidos como grupos constituidos sobre bases legales e ideológicas. Empero, aquí es donde Maffesoli se separa de los planteamientos de Lipovetsky, escribiendo que es precisamente en esa dinámica en donde el sujeto pierde su debilidad de distinción, y la llamada liberación personal vendría a ser un mero reflejo del yo no fortalecido, debilitado en el nosotros como característica constitutiva de las formas sociales actuales. Es entonces cuando se vuelve central la explicación de Maffesoli, donde la afirmación de la subjetividad conlleva a desaparecer en la pluralidad (Maffesoli, 2004).
Ejemplo de lo anterior es el nombre que se recibe al nacer, el cual da cuenta de la forma en que se refiere a un sujeto, de que posee una identidad respecto a una exterioridad. Si se agrega el apellido, indicamos la mediación entre pertenecer a una familia y pertenecer a la sociedad en su conjunto. De esta manera la brecha entre lo interno y lo externo se borra progresivamente del signo que es nuestra identidad formulada en palabras. Aparentemente, todo individuo se acepta en la medida que haga parte de una totalidad, es decir, que contenga en sí mismo los sentimientos y emociones que les indican que pertenecen a un lugar o a un espacio. Las formaciones institucionales construyen símbolos que, reconociéndolos y reafirmándolos, dan sentido a las formas subjetivas de identidad que las integran, de tal forma que, por ejemplo, las identidades regionales no se basan en territorios sino en gran parte por representaciones de hábitos y costumbres.
Juan Gris, Mujer sentada (1914), Colección Carmen Thyssen Bornemisza. Fuente: Wikicommosns.
Otro ejemplo está relacionado con lo que Maffesoli denomina lo divino social, que representa la efervescencia (o punto álgido) en donde lo subjetivo desaparece y la persona parece actuar guiada por expresiones grupales específicas. Es el caso de un grupo de personas que busca hacer justicia por sus propias manos al golpear a un delicuente o criminal. Para Maffesoli, ya no se trata de individuos, como sostiene Lipovetsky, sino de personas que mantienen subjetividades que se manifiestan en un constante diluir entre el yo y el nosotros. Esto también está referido a lo que el autor llama aura, una especie de energía que atrae o rechaza personas y lugares; en otras palabras, y alejándonos de cualquier tipo de misticismo de este autor, es la empatía o el vínculo que se logra crear en una situación respecto a los otros. Zigmun Bauman y Tim May escriben: “Nuestras experiencias acumuladas modelan cómo nos sentimos en las situaciones corrientes en las que intervenimos” (Bauman & May, 2001, p. 29).
Restaría preguntarse cómo es que puede estructurarse un ordenamiento de la sociedad a partir de tales presupuestos epistemológicos. ¿Acaso se ha deshecho aquello que ha sido cristalizado por el ámbito económico, religioso y político? ¿Estamos frente a un constante desmoronamiento del análisis macrosociológico o estructural? Habría que preguntarse también si estos planteamientos no serían supuestos argumentales que responden de manera errada al análisis de lo social.
Restaría preguntarse cómo es que puede estructurarse un ordenamiento de la sociedad a partir de tales presupuestos epistemológicos. ¿Acaso se ha deshecho aquello que ha sido cristalizado por el ámbito económico, religioso y político? ¿Estamos frente a un constante desmoronamiento del análisis macrosociológico o estructural? Habría que preguntarse también si estos planteamientos no serían supuestos argumentales que responden de manera errada al análisis de lo social.
Referencias bibliográficas
Bauman, Z & May, T. Pensando sociológicamente. (2001). Ed. Nueva visión. Buenos aires.
Lipovetsky, G. (2010). La era del vacío. Ed. Anagrama. Barcelona, España.
Maffesoli, M. (2004). El tiempo de las tribus. El ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas. Ed. Siglo XXI. México.
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