lunes, 15 de junio de 2020

Sobre la formación de impresiones e ideas en David Hume


La primera obra publicada de David Hume fue el Tratado sobre la naturaleza humana en 1738, que consistió en una especie de síntesis de su pensamiento filosófico hasta la fecha. Allí partió de la teoría del conocimiento de Locke y radicalizaba su empirismo. Criticaba, en efecto, ciertos principios que todavía operaban en la obra de Locke y que no se basaban puramente en la experiencia sensible, tal como la idea del yo, la sustancia, la causalidad y la inducción. Vernaux escribe: “La primera parte del tratado concierne al entendimiento y al origen de las ideas”. (p. 126). En esa obra, escribe Carpio (1995):
(…) critica al Innatismo (doctrina según la cual todo conocimiento es innato a la persona) y sostiene que todo conocimiento en última instancia procede de la experiencia; sea de la experiencia externa, vale decir, la que proviene de los sentidos, como la vista, el oído, etc., sea de la experiencia íntima, la autoexperiencia. (p. 167)
Según esto, el estudio que Hume se propuso emprender consistió en el análisis de los hechos de la propia experiencia, de los que hoy se denominan hechos psíquicos y que Hume llama percepciones del espíritu (donde percepción es sinónimo de cualquier estado de conciencia). A las percepciones que se reciben de modo directo las llama impresiones, y las divide en impresiones de la sensación, es decir, de las que provienen de los sentidos como el oído, el tacto, la vista, etc., (referidas al mundo exterior como un color o sabor determinado), e impresiones de la reflexión, vale decir, las de nuestra propia interioridad; como un estado de tristeza. Luis Eduardo Hoyos escribe:
Una impresión, para Hume, es un contenido representacional que se tiene en relación con objetos que están presentes ante nosotros. Lo que cae bajo el nombre de impresión es lo que la filosofía empirista del siglo XX ha llamado dato sensorial. Lo que recibimos permanentemente en la experiencia sensorial, a través de nuestros sentidos, no es otra cosa que impresiones, y éstas son contenidos representacionales actuales y vividos. Las ideas, por su parte, son contenidos de representación que no están en relación con un objeto presente. Las ideas y las impresiones, según Hume, tienen la misma naturaleza, es decir, las dos son contenidos de representación, lo único que las diferencia es el grado de vivacidad: mientras que las impresiones, por tener el objeto presente, son más vívidas y fuertes, las ideas, que ya no cuentan con un objeto presente, disminuyen en vivacidad. (2003, p. 165)
Estas impresiones o representaciones originarias se diferencian de las percepciones derivadas, que Hume llama ideas, tales como los fenómenos de la memoria o de la fantasía:
El recuerdo no es un estado originario, sino derivado de una impresión. Y lo mismo ocurre con la fantasía, cuando se imagina, por ejemplo, un viaje que pensamos realizar próximamente. No es lo mismo, en efecto, estar encolerizado que recordar la cólera del día anterior, o imaginar cómo me puedo encolerizar por algún hecho futuro. (Carpio, p. 168)
Existe entonces una diferencia fundamental entre impresiones e ideas. Las percepciones más fuertes son las impresiones, y las percepciones débiles son las ideas, siendo copias de nuestras impresiones. Por tanto, no hay ideas innatas. Para asegurarse de la realidad de una idea es necesario poder indicar la impresión de la cual proviene. Todos nuestros conocimientos derivan directa o indirectamente de dichas impresiones. Incluso las ideas o nociones más complejas (aquellas que parecen más alejadas de la sensibilidad), en definitiva, si nos fijamos bien, provienen también de impresiones. Por ejemplo, puedo hacerme la idea de una montaña de oro, dice Hume, y podría creer que se trata de un hecho originario de mi mente, pero no es difícil darse cuenta de que no se trata de una percepción originaria, sino que es simplemente el resultado de una combinación operada por mi espíritu, que ha unido la idea de oro, de un lado, con la de montaña, por el otro; ideas que yo poseía y que derivan de impresiones. A este respecto Carpio comenta:
Hume cree poder probar el principio empirista mediante dos argumentos. En primer lugar: si nos ponemos a analizar nuestras ideas, por más complicadas o sublimes que sean, por más alejadas de la sensibilidad que parezcan, se verá que en última instancia se reducen siempre a impresiones. Y de ello es un ejemplo (…) la mismísima idea de Dios. Hume se pregunta de dónde procede tal idea de dios, y observa que ella no es más que la reunión y multiplicación al infinito de ideas de cualidades características de nuestro propio espíritu. Pues mediante la reflexión me doy cuenta de que poseo algunos conocimientos, un cierto saber; la reflexión me permite también observar en mí cierta capacidad para hacer cosas, un cierto poder; y me percato asimismo, de la misma manera, que hay en mí cierta bondad. Multiplico luego al infinito la idea de saber, y obtengo la idea de sabiduría infinita y perfecta; hago lo mismo con la idea de poder, y formo la idea de poder infinito u omnipotencia; y extendiendo igualmente la idea de bondad, llego a forjarme la idea de bondad absoluta y perfecta. Enlazo por último estas tres ideas -omnisciencia, omnipotencia y bondad suma- en una sola idea compleja, y entonces tendré formada la idea de Dios. Quizás a la idea de Dios corresponda una realidad, es posible que haya Dios (como tal vez haya sirenas en algún remoto lugar del océano), pero también es posible que no exista; por lo tanto, Dios no es por lo pronto, según Hume, nada más que una mera idea. (p. 168)
Todos nuestros conocimientos nacen de la experiencia sensible, la cual muestra hechos accidentales y contingentes, por lo que todos nuestros conocimientos se reducen a hechos de esta naturaleza. Todas las ideas universales y, entre ellas la de la causalidad, no tienen otro fundamento más que el de nuestra imaginación que no tiene otro origen más que el hábito o la asociación de ideas. Una idea solo es válida si concuerda con las impresiones. Si la impresión faltase, como en el caso de la montaña de oro, ello querría decir que la idea no es válida, que no es objetiva, sino que carece de significación real, producto solo de la imaginación. Por otro lado, y en relación con esto, Hume distingue dos tipos fundamentales de objetos de conocimiento y, respectivamente, de ciencias. Un objeto de conocimiento lo constituyen las relaciones entre las ideas: este es el tema de las matemáticas, que no dependen de la realidad, sino que se fundan exclusivamente en el pensamiento (a priori).

David Hume, 1754, Allan Ramsey

El otro objeto de conocimientos es el que se refiere a los hechos, siendo sus afirmaciones siempre contingentes, no necesarias (a posteriori). Hoyos, como editor del libro sobre Lecciones de filosofía, escribe:
Por ejemplo, sabemos que el sol saldrá mañana por inducción: lo sabemos porque el sol ha salido todos los días desde hace milenios; pero no lo sabemos con absoluta certeza, lo sabemos por experiencia, y por hábito o costumbre. Eso es lo que significa ser una cuestión fáctica: que se origina en la experiencia, y que su certeza y evidencia dependen de la experiencia (…) (p. 166)
Los únicos objetos del conocimiento que son ciertos y demostrables conciernen a las matemáticas: la cantidad y el número. Todos los demás objetos de investigación se refieren a hechos de relación que no pueden ser demostrados lógicamente y derivan exclusivamente de la experiencia. Ninguna idea puede formarse sin una impresión precedente. Hoyos escribe:
(…) la relación entre causa y efecto no es necesaria; esto es, que el principio de causalidad no es un principio que esté dotado de necesidad, sino que es enteramente contingente; puede ser o no puede ser, como el asunto del sol, y no pasa ahí nada de importancia lógico-conceptual, es decir, no hay una contradicción lógica en negarlo. El asunto de la necesidad corresponde únicamente a las cuestiones de tipo lógico y matemático; las cuestiones fácticas no tienen esa característica. Esa es, en síntesis, una de las ideas fundamentales, si no la más fundamental, de todo el pensamiento de Hume. (…) El que piensa que “después de esto equivale a consecuencia de esto” comete un error lógico. Incluso la repetición más frecuente de la relación de los sucesos en el tiempo no da a conocer la fuerza oculta en virtud de la cual un objeto produce otro. (…) Sólo la costumbre junta o asocia las ideas singulares de la que se compone nuestra percepción del universo. (…) Pero ésta nunca puede convertir nuestra espera de cierto orden o secuencia de acontecimientos en saber auténticamente verdaderos. Esto desemboca en un escepticismo. (p. 167)
Así, el espíritu humano no tiene otra posibilidad como no sea la de mezclar o componer, dividir o unir los materiales que las impresiones suministran. Y en esta actividad el espíritu no responde a otra legalidad que a la de las leyes de asociación de las ideas. Según Hume, estas leyes son tres: asociación por semejanza, asociación por contigüidad en el tiempo y en el espacio, y asociación por causa y efecto. La primera no depende de nosotros sino de la idea; es decir, que una idea se asemeje a otra es algo que depende de una determinada característica que tenga en sí misma, esto tiene que ver con lo ya explicado sobre cuestiones lógico-matemáticas. La segunda ley se explica en tanto una idea se relaciona con otra de acuerdo a la proximidad espacial y temporal en que se encuentre, es decir, se refiere al conocimiento factico. En la tercera, de causa y efecto, Hume distingue entre relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Estos tres tipos de asociaciones no son más que diversas formas de un único principio: el hábito.

Aquí se presenta un notable paralelismo con el esquema básico de la ciencia física moderna. Hume traslada aquel modelo al campo del ser humano, a su vida espiritual; sobre esto cabría recordar que el subtítulo de su obra mayor Tratado de la naturaleza humana, es: Un intento para introducir el método experimental de razonar, es decir, el método de observación y descripción empírica en temas morales. En efecto, toda la multiplicidad y variedad de los estados anímicos se reduce a percepciones simples, y consecuentemente a impresiones simples; y aquella variedad nace meramente de la combinación de tales elementos mediante las leyes de asociación. Savater cita un ejemplo para comprender estas ideas:

(…) conocer un gato equivale a experimentar ciertas impresiones visuales, auditivas y táctiles. A partir de ellas, mediante asociación, se forma en mi mente el objeto «gato». Cuando el gato se ha ido, puedo reactivar esas impresiones, y entonces el gato aparece como recuerdo. También puedo volver a ellas y modificarlas en algún sentido, y así, si el gato que he visto era negro, puedo imaginarme un gato blanco o marrón. Finalmente, puedo referirme a ese conjunto de impresiones, recuerdos e imaginaciones, y considerar lo que todas tienen en común, o sea, el concepto «gato». Las ideas son entonces representaciones mentales, de modo que a partir de las impresiones sensibles se constituyen las ideas simples, y luego, con la asociación de ellas, (de unas ideas con otras) tenemos las ideas compuestas o complejas. Por consiguiente, si yo afirmo que mis impresiones e ideas corresponden a un objeto real, es sólo por un acto de creencia. Hume dice que nos ilusionamos y creamos ciertas ideas para las cuales no hay impresiones sensibles, como por ejemplo la idea de causa y efecto, o la de espacio y de tiempo, o la de sustancia. (pp. 118-119)
Estos planteamientos de Hume se basan en argumentos de clásicos del escepticismo griego y en la teoría de la inmanencia de Locke y Berkeley, donde la premisa es que las únicas existencias de las que estamos seguros son las percepciones. Ahora bien, una idea particular se convierte en general cuando se vincula con un término general. Este término general contiene en sí un gran número de ideas particulares parecidas mediante una asociación de ideas.  
Referencias 

Carpio, A. (1995). Principios de filosofía. Una introducción a su problemática.
Hoyos, L. (Ed). (2003). Lecciones de filosofía. Universidad del externado y Universidad nacional de Colombia.
Savater, F. (2008). La aventura de pensar. Random House.
Vernaux, R. (1977). Historia de la filosofía moderna. Herder.

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