lunes, 4 de septiembre de 2017

Consideraciones sobre la centralidad o desvío de la mirada en el cine y la pintura


El rostro ha sido objeto de innumerables alteraciones en el campo artístico; adecuado, deformado y enaltecido por los designios y gustos de los artistas, escultores y pintores, constituyendo un rasgo central en la transmisión de sensaciones en sus obras. Su formación contiene rasgos definitorios singulares, pero tal vez sea la mirada hacia el espectador aquello que resalte en sus intenciones, fuese incomodando, estremeciendo o regocijando el espíritu de quienes observan como espectadores. Tomaremos en el campo del cine dos ejemplos de escenas realizadas por reconocidos directores: el primero Alfred Hitchcock, quien en una escena de su película Psycho (1960) capta el grado de locura y de Norman Bates con tan solo indicar que éste mantuviese la mirada fija a la cámara. Aquí el personaje se dirige a los observadores para crear un ambiente que pudiese trascender el film e incitar al desconcierto y a la impaciencia.

 
El actor Anthony Perkins en el film de Hitchcock 

De igual forma, la idea de someter al espectador al escrutinio de los personajes que muestran problemáticas de identidad se retoma en películas como A Clockwork Orange (1971), dirigida por Stanley Kubrick. Allí, la primera escena de Alex nos hace recordar aquella escena que ya habíamos visto años atrás en Psycho.

El actor Malcolm McDowell en el film de Kubrick.

En otras ocasiones detallamos que el director aboga por desviar la mirada de un actor para escenas relevantes en la trama que, por lo general, se vinculan a la desolación, el infortunio y la vergüenza, como la siguiente (utilizada también para la portada de la película) realizada por Ingmar Berman en The seventh seal (1957).


Max Von Sydow en el film de Bergman.

En el ámbito de la pintura podemos encontrar elementos comunes que destacan esta perspectiva en la centralidad de la mirada en la obra. Ello lo encontramos en las siguientes pinturas que precisan la desviación de la atención del personaje, incitando a preguntarnos: ¿Qué es lo que el artista quiso dar a entender? (si es que quería dar a entender algo) Como la imagen anterior, aquí la representación observa hacia abajo y a la derecha. Un semblante que para nosotros podría demostrar apatía, distraimiento, aceptación o resignación.

Odilon Redon, Portrait de Mademoiselle Jeanne Roberte de Domecy, 1905.

Debemos tener en cuenta que el autor de esta obra se mueve en la corriente del simbolismo, allí podríamos encontrar alguna semejanza con casi todas las escenas cripticas de The seventh seal. Por otro lado, una nueva pintura de Redon muestra esta desviación en la mirada que puede ser catalogada de curiosa perversión. Tal expresión, unida a la grotesca sonrisa, indica que la existencia de algo por fuera de la obra. 

Odilon Redon, La araña sonriente, 1881. 

¿A dónde observa aquel ente? Podríamos preguntarnos lo mismo respecto a la ya entrañable mirada de La Gioconda de Leonardo Da Vinci. Sobre la importancia de los ojos en la definición de un rostro, la obra de Arnold Schoenberg, La mirada roja (1910), en donde generalmente se hace énfasis en lo observado. ¿Sentimos que estamos siendo observados de la misma manera que cuando nos observa otra entidad conciente? O, por el contrario, somos cada vez más partícipes de aquella sensación de ser observados, incluso estando, aparentemente, solos.


            Arnold Schoenberg, La mirada roja, 1910. 

Hay pinturas a los que no se puede categorizar en este sentido; en ellas no encontramos centralidad o desvío de la mirada. Por ejemplo, en el cuadro siguiente solo queda, como despojo de la admiración, una leve inseguridad respecto al sentido de aquella magna y divina expresión:

Arnold Schönberg, Lágrimas, 1910.  

Lo importante es resaltar cómo estos elementos comunican intenciones (o precisamente la falta de ella) de los personajes. Estos aspectos pueden referir a externalidades que se ubican más allá de su puesta en escena, que están por fuera de nosotros y que no podemos o debemos concebir. Así, los ojos constituyen uno de los rasgos definitorios de lo que va a ser la expresión general de lo representado. ¿Quién negaría que, sin la expresión en los ojos de Saturno, la pintura de Goya no concedería, como una puñalada, aquella cruenta angustia?

Francisco de Goya, Saturno devorando un hijo,1819-1823.

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