La centralidad
de las influencias en un proyecto intelectual es siempre clave. No porque la
concepción del mundo de tal o cual autor se deba a quienes lo formaron y lo
condujeron a perspectivas singulares, sino porque a través de ellas emergen los
maestros y las enseñanzas que tejen los medios intelectuales. Es solo por medio
de éstas que se descubren las imágenes de época y se hacen notables los hilos que
tejen aquellos escenarios a blanco y negro. Max Weber (1864-1920) fue un
estudiante promedio, sensible a enfermedades, sobreprotegido por su madre y
rodeado por una gran familia, pero impulsado por coyunturas históricas y aprendizajes
autónomos, por maestros dispares y cambios de residencia. Como cualquier otra
persona que valorase el conocimiento, logró, a través de los años, articular
sus ideas, sin dejar nunca cabos sueltos, aunque así pareciese a la mirada
superficial.
Su vida se
transformó en legado académico cuando sus enseñanzas fueron percibidas como imprescindibles.
Así, Werner Sombart y Robert Michels constantemente se
asombraban del filo de sus palabras, mientras los debates que sostenían con él
detenían el tiempo y los últimos rayos del sol despuntaban sobre el río Neckar.
Pero no solo fue su legado académico, sino también el personal, el que le valió
apoyos y camaraderías, reflejando su calidez en curiosos discípulos como Georg
Lukács y Karl Jaspers, quienes veían en él un maestro excepcional, un
investigador nato. Y
la admiración jamás fue en una sola dirección, pues Marianne relataba que
Weber era cálido con aquellos con los cuales podía pasar por un maestro. Uno de
sus más apreciados amigos fue Lukács, con quien sostuvo largas charlas sobre
música clásica y literatura rusa, rodeados de referencias a las obras de
Dostoievski y Tolstoi.
No podría esperarse menos de un erudito
que, no conforme con la circulación de sus planteamientos, quiso dejar expreso
en el espíritu de la época su
entusiasmo por el conocimiento. Y así, como si su producción académica fuese
escasa, fundó en 1909, al lado de Ferdinand Tönnies y Georg Simmel, la Asociación Alemana de Sociología, en
donde los proyectos cortarían la extensión del tiempo y llegarían a nuestros
días. Nadie pudo haber concebido la
fuerza de sus ideas, ni mucho menos cuántos lugares visitarían y las fronteras
que derribarían. Empero, más que todo esto, Weber ya parecía consciente (no
sabemos hasta dónde) de su labor:
El
destino de una época de cultura que ha comido del árbol de la ciencia consiste
en tener que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mundo, no a
partir del resultado de una investigación, por acabada que sea, sino siendo
capaces de crearlo, que las <<cosmovisiones>> jamás pueden ser producto de un
avance en el saber empírico, y que, por lo tanto, los ideales supremos que nos
mueven con la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, solo en la
lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para otras personas como
para nosotros los nuestros. [1]
Actuando
conforme a sus convicciones metodológicas y siempre con semblante serio, Weber
se cuidó de no caer en aquellas cosmovisiones
que buscaban someter y dar por terminada las jornadas de reflexión y de crítica,
como lo hicieran, para él, el positivismo a ultranza y el materialismo
histórico. En efecto, buscó construir un hilo conductor centrado en la potencia
de las ideas, en las imágenes del mundo, no quitando importancia a los ámbitos materiales de la existencia; era, como
se hace notar en sus escritos, una cuestión de enfoque. No fue idealista, era
consciente de los peligros de su método de investigación, pero
sabía que aquello le permitía deshacerse de las explicaciones estrictamente
causales, abriendo caminos a afinidades
y a consecuencias no pretendidas de la acción.
Sin
embargo, más allá de sus reflexiones sobre el acontecer de los tiempos y del probable,
a sus ojos, destino que encarcelaba los espíritus en le cage de fer, su preocupación se centraba en el corazón del ser humano,
en aquellos que parecían vivir en medio de las lógicas imparables del mercado y
del capital, cubiertos bajo el pesado manto de una esclavitud sin dueño. Parecía
más fácil comprender la realidad bajo infinitas tipologías que encontrar
respuestas a sus preocupaciones sobre la naturaleza del hombre, lo que al final
de su vida lo llevó a buscar salidas colindantes con una extraña mística, pero nunca
renunció a su postulado que sentenciaba, como si de una maldad irremediable se
tratase, que el cálculo de capital, en su estructura formalmente más perfecta, suponía la lucha de unos hombres contra otros.
09/05/2018
Publicado como homenaje a su natalicio número 155.
Publicado como homenaje a su natalicio número 155.