Esta
entrada tiene sus fundamentos en el estudio presentado en el blog:
A
cargo de Rodolfo Wenger.
La
experiencia estética es un modo de acercarse y examinar no solo aquellos
objetos y representaciones que se han fijado como objetos de contemplación, a
saber, el arte expresado en la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, entre
otros, sino también a los fenómenos y situaciones que están a nuestro alrededor
y con los que entramos en contacto en la cotidianidad. Así, debemos precisar que lo
estético no sólo se reduce al campo del arte, sino que, a la vez que contiene su idea, da por supuesto que cualquier cosa puede ser objeto de contemplación
estética. Es, en definitiva, una condición para la reflexión. En cambio, la estética, como campo del saber, es
estudiada dirigiendo la mirada a la naturaleza, a lo habitual y a lo artificial, siendo su objeto prácticamente
todo lo que podemos observar.
Por
consiguiente, la experiencia estética, a la vez que contempla un determinado fenómeno, se apropia y construye una mirada singular sobre el mundo que la rodea. Es un
tipo de experiencia que no tiene finalidad (sea esta de conocimiento, de
utilidad material o de conceptualización), pues se centra en el acto mismo del
encuentro con lo observado; en otras palabras, es autotélica. Un encuentro con el
mundo y con los objetos que lo constituyen, sean estos naturales o creados por el ser humano. Tal tipo de experiencia lleva consigo
una no-finalidad que produce en el que contempla sensaciones de placer o
displacer.
Piero Manzoni, Socle du monde (hommage à Galilée), 1961, acier Corten, 82 x 100 x 100 cm, Musée d'art Contemporain de Herning, Paris 2017
La
experiencia estética se encuentra íntimamente relacionada con las sensaciones,
con la sensibilidad del sujeto y con su afectividad. Sin embargo, este
acercamiento al mundo no debe ser demasiado personal, pues la experiencia
estética debe ser susceptible de compartirse. Objetos y/o fenómenos que carguen
un valor sentimental en demasía se convierten en una
experiencia de implicación personal. Así, no todo tipo de encuentros con el
mundo son experiencias estéticas, pues este tipo de acercamiento debe cumplir
con una serie de condiciones que lo transforman en contemplación de la persona
con el mundo.
Rodolfo
Wenger cita a John Hospers y Monroe Beardsley con la obra Estética: historia y
fundamentos, donde se expresan tales condiciones de la siguiente forma: 1. El
sujeto debe prestar suma atención al objeto que observa, lo que le permite que
no haya factores externos que puedan dañar e interrumpir la experiencia. 2. La
preeminencia de un sentimiento de libertad que le permita al sujeto conocer y
admirar el objeto o fenómeno desde variadas perspectivas. 3. Condición de
distanciamiento de los afectos o sentimientos. 4. Descubrimiento activo por
parte del sujeto que contempla. 5. Sensación de integración entre el sujeto y
el objeto o fenómeno, construyendo así una forma de ver y crear el mundo desde
una nueva perspectiva.
Los
grandes y terribles fenómenos naturales, como tornados y erupciones
volcánicas, por ejemplo, admirados por su fuerza de destrucción y desolación,
pueden dejar estupefactos a cualquier sujeto que se sitúe cerca; la magnitud de
tal acontecimiento hace que éste se ensimisme y cause en él una sensación de
placer frente a lo temible de la naturaleza o de displacer en tanto al terror
que produzca tal acontecimiento. Un cuadro que represente visiones del
infierno, la escultura de un cubo, desastres, casas en ruinas, fotografías.
Quien se acerque a estos escenarios y objetos debe dejar de lado los afectos
personales, contener un sentimiento de libertad e integrarse al fenómeno como
una forma de encuentro con el mundo, realizando un descubrimiento activo. La
fuerza de tal fenómeno, sea el que sea, hace que el sujeto (o personas, pues la
experiencia puede ser compartida) contemple el mundo y vea una nueva forma de
concebir la realidad que le rodea, constituyendo una
experiencia estética con el mundo.