lunes, 29 de junio de 2020

David Hume: ética y legado de un ilustrado


Cuando nos referimos a la filosofía de Hume en el ámbito de la ética, comprendemos que el filósofo escocés descartó toda trascendencia motivacional en las conductas de los seres humanos. En tal sentido, las personas no son movidos por algún tipo de ideal o de sentimiento elevado, sino por intereses sencillos y, sobre todo, por la simpatía que sienten por sus semejantes. La palabra simpatía, para Hume, significa compasión, es decir, sentir con el otro. De esta manera, por ejemplo, si vemos a alguien reír, sentimos cierto movimiento que nos hace sonreír; si vemos a alguien llorar, logramos sentir cierta angustia. En definitiva, estamos hechos para articularnos los unos a los otros, que además sería lo más útil, según Hume. En su Investigación sobre los principios de la moral, el filósofo plantea que la moral no se basa estrictamente en la razón, sino dichos sentimientos; se trata, pues, de una ética convencionalista que parte de cualidades del ser humano.

 Retrato de David Hume, 1776, Allan Ramsey

Así, por ejemplo, la belleza es precisamente un sentimiento: existe solamente en el espíritu que la contempla, y todo espíritu percibe una belleza diferente. Pero esto no impide que haya un criterio del gusto, porque hay una especie de sentido común que restringe el valor de la expresión tradicional. Pero este criterio no puede fijarse mediante razonamientos a priori o conclusiones abstractas del entendimiento. Si se quisiera fijar el tipo de belleza reduciendo sus diversas expresiones a la verdad y exactitud geométrica, se llegaría a producir la obra más insípida y desagradable. Se puede determinar el criterio del gusto sólo recurriendo a la experiencia y observación de los sentimientos comunes de la naturaleza humana, aunque no es seguro que en toda ocasión los sentimientos de los hombres estén conformes con ese criterio.

Ahora bien, sobre la relación de esta ética con la esfera religiosa, Hume escribió en 1757 una Historia natural de la religión, analizándola como cualquier otro fenómeno social, es decir, algo que nace en sociedad y que va desarrollándose históricamente sin ningún tipo de ayuda sobrenatural. En 1779 escribió los Diálogos sobre la religión natural, la cual es, quizá, una de las obras que ha ahondado más sobre el tema, allí cuestiona un problema de la filosofía que no siempre se responde en los grandes tratados: la argumentación que hace a Dios necesario para producir el mundo, crearlo y darle un fin. Sobre esto, Abbagnano escribe:

Hume pretende, más bien, analizar todos los elementos que, constituyen el mérito personal: las cualidades, los hábitos, los sentimientos, las facultades, que hacen que un hombre sea digno de aprecio o de desprecio. El fundamento de las cualidades morales de la persona, según Hume, consiste en su utilidad para la vida social; la aprobación que recae sobre ciertos sentimientos o ciertas acciones y la reprobación de otros sentimientos y acciones, se fundan en el reconocimiento implícito o explícito de su utilidad social. Las reglas de la justicia se respetan menos entre las naciones que entre los hombres, ya que los hombres no pueden vivir sin sociedad, mientras que las naciones pueden existir sin estrechas relaciones entre sí. Todas las virtudes radican así en la naturaleza del hombre, que no puede permanecer, indiferente al bienestar de sus semejantes ni juzgar fácilmente por sí, ulterior consideración, que es un bien lo que promueve la felicidad de sus semejantes y un mal lo que tiende a procurar su miseria. (1994, p. 327)
En su ensayo publicado póstumamente (1777) Sobre la inmortalidad del alma, Hume critica las razones metafísicas, morales y físicas aducidas en defensa de la inmortalidad, reduciendo su creencia a un mero objeto de fe. Mientras que, en otro ensayo titulado El contrato originario, Hume examina las dos tesis opuestas sobre el origen divino del gobierno y del contrato social, y afirma que ambas son verdades, aunque no en el sentido que pretenden. La teoría del derecho divino es verdadera en líneas generales, porque todo lo que sucede en el mundo entra en los planes de la providencia, sin embargo, ésta aprueba al mismo tiempo toda clase de autoridad, tanto la de un soberano legítimo como la de un usurpador, la de un magistrado o la de un pirata. Sobre el tema de la ética vinculada a la política en Hume, Abbagnano concluye de la siguiente forma:
Hume distingue dos clases de deberes humanos. Hay deberes a los cuales el hombre es impulsado por un instinto natural que obra en él independientemente de toda obligación y consideración de pública o privada utilidad. Tales son el amor a los hijos y la piedad hacia los desgraciados. Hay deberes, en cambio, que proceden únicamente de un sentido de obligación que surgen de la necesidad de la sociedad humana, que sería imposible si se descuidaran. Tales son la justicia o respeto a la propiedad de los demás, la fidelidad u observancia de las promesas y, asimismo, la obediencia política o civil. (…) El deber de la obediencia civil no nace, pues, como sostiene la doctrina del contrato social, de la obligación de fidelidad al pacto originario, ya que esta última ob1igación tampoco tendría sentido sin la necesidad de mantener la sociedad civil. (…) Por consiguiente, Hume adopta una posición intermedia entre la doctrina de la resistencia a la tiranía proclamada por Locke y la de la resistencia pasiva afirmada por Berkeley”. (p. 333)
La filosofía de Hume, por lo que hemos visto, termina por disolver todo conocimiento y realidad en meras impresiones: no hay cosas, ni alma, ni conexiones necesarias, o, al menos, no tenemos ninguna seguridad de que las haya. Sin embargo, esto no conduce a un escepticismo absoluto o pirrónico, que para Hume no sería más que una diversión del pensar ocioso. Muchos autores escriben que la gloria de Hume radica en su crítica al principio de causalidad, pero esto es solo un fragmento que se entiende solo en el conjunto de su obra, tan penetrante, que obliga a todo filósofo a reflexionar sobre los problemas que pone en tela de juicio. En el prefacio de Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia Kant sostiene que la lectura de los Ensayos filosóficos sobre el entendimiento humano lo despertaron de su sueño dogmático. El punto de partida de sus reflexiones fue la siguiente pregunta: ¿cómo comprender que la existencia de una cosa exige necesariamente la existencia de otra? Desde ese momento fue necesario replantear el problema del conocimiento sobre una base distinta de la experiencia.
                                                                    Referencias

Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía. Volumen 2. Ed. Hora.

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