martes, 23 de junio de 2020

Anotaciones sobre las ideas de causalidad, sustancia y alma en David Hume


Abordamos en esta entrada las críticas que hace David Hume a las ideas de la causalidad, la substancia y el alma. Respecto a la primera, Roger Vernaux, en su libro Historia de la filosofía moderna (1977), expone lo siguiente: “(…) el principio de causalidad no es más que una asociación de impresiones sucesivas. Esta asociación crea la ilusión de la necesidad porque es psicológicamente determinante para el espíritu, y es determinante porque es habitual”. (p. 150). Tal consideración puede comprenderse, en un sentido más amplio, siguiendo la explicación de Carpio (1995) cuando expone un ejemplo:
(…) nos encontramos en una habitación a obscuras y oímos una voz; inmediatamente suponemos que esa voz proviene de una persona, pues a nadie se le ocurriría imaginar que esa voz no procede de alguien que la ha emitido. Establecemos entonces un enlace causal entre la voz (efecto) y la fuente productora (causa). De modo semejante, esperamos en el futuro que las mismas causas irán acompañadas por los mismos efectos (…) [si me quemo la mano con el fuego supongo que si lo hago de nuevo me quemaré otra vez] Y es obvio que, sin este tipo de previsiones, la vida humana no podría desenvolverse de manera adecuada. (p. 172) 
En este sentido, la noción de la conexión necesaria no es aportada por la razón o por impresiones algunas, sino el hábito. Con este planteamiento en mente, suspendamos la reflexión sobre la idea de la causalidad un instante y vayamos a la crítica de Hume sobre la sustancia, para luego poder articular los presupuestos y comprender a fondo su crítica epistémica. Vernaux escribe: “La idea de la sustancia no deriva de los sentidos, puesto que éstos solo nos presentan cualidades, sabores, colores. Tampoco proviene de la reflexión, pues la conciencia sólo nos da a conocer nuestras pasiones y nuestras emociones.” (p. 153). Carpio agrega:
¿Vemos, olfateamos, gustamos o tocamos la substancia que es "esta mesa" -no los accidentes-, sino esta cosa, esta mesa misma? (…) Aunque parezca paradójico, es necesario afirmar que no vemos esta mesa, ni la tocamos, ni la olemos, etc.; lo único que vemos, tocamos, olemos, etc., son sus accidentes, no la mesa misma. (…) El hábito me lleva a creer que esas impresiones contiguas no se acompañan meramente unas a otras, sino que están necesariamente enlazadas entre sí por algo que las une, y que es lo que llamamos cosa o substancia. (…) De manera que lo que llamamos "esta mesa" no es propiamente una cosa o substancia, sino solamente un conjunto relativamente constante de ideas simples contiguas -idea de rojo, de dureza, etc.- que designamos con un nombre -"esta mesa", o bien "la mesa de mi escritorio"- con el propósito de facilitar el recuerdo o la mención, para saber, en una palabra, a qué particular conjunto de impresiones nos referimos. (1995, p. 178-179)
 David Hume, 1754, Simon Charles Miger

Para Abbagnano (1994), Hume restringió la capacidad cognoscitiva de la razón al dominio de lo probable:
Cuando hemos visto muchas veces unidos dos hechos u objetos, por ejemplo, la llama y el calor, el peso y la solidez, la costumbre nos lleva a esperar a uno cuando el otro se muestra. Es la costumbre la que nos empuja a creer que mañana saldrá el sol, como siempre ha salido; es la costumbre la que nos hace prever los efectos del agua o del fuego o de cualquier hecho o suceso natural o humano; es la costumbre la que guía y sostiene toda nuestra vida cotidiana (…) Sin la costumbre seríamos enteramente ignorantes de toda cuestión de hecho, fuera de aquellas que nos están inmediatamente presentes en la memoria o en los sentidos. No sabríamos adaptar los medios a los fines ni emplear nuestras fuerzas naturales para producir cualquier efecto. Cesaría toda actividad y también la parte principal de la especulación. (p. 323)
Por último, el autor agrega:
La única realidad de que estamos ciertos, la constituyen las percepciones; las únicas inferencias que podemos hacer son las que se fundan en la relación entre causa y efecto, que también se verifica solamente entre las percepciones. Una realidad que sea distinta de las percepciones y externa a ellas, no se puede afirmar sobre la base de las impresiones de los sentidos ni sobre la base de la relación causal. (1994, p. 325)
Con todo esto, quedaría claro que estamos siempre frente a percepciones, y la experiencia nada puede decir sobre sus orígenes. La objetividad de la ciencia se reduce, para Hume, a sistemas ordenados de creencias bajo condiciones de simple probabilidad. Según el filósofo, nuestras percepciones son nuestros únicos objetos. Esta posición, llevada hasta sus últimas consecuencias, significa la disolución de la noción tradicional de sustancia. La experiencia, fuente de todo conocimiento para el empirismo, no puede dar cuenta del fenómeno de la causalidad ni de la sustancia; es por esto que la ciencia moderna y la metafísica tradicional pierden su sentido. Cada uno de tales presupuestos llevó a Hume a un agnosticismo. El análisis radical del conocimiento a partir de la experiencia concluyó que el conocimiento objetivo y, en consecuencia, el conocimiento científico, eran creaciones humanas a partir del hábito y la costumbre. Es decir, carecían de valor en tanto nada podían decir de las cosas, pues la experiencia nada dice éstas. La experiencia no le permite al hombre hablar más que de su propia vivencia, de sus propias sensaciones. 

Pasemos ahora al tema del yo o alma, sobre el cual Savater escribe, de acuerdo a Hume, que no hay duda de que tenemos impresiones -de la reflexión - de dolores presentes, o de que deseamos algo, etc.; es decir, tenemos la impresión de los accidentes del alma. Pero no parece, en modo alguno, que tengamos impresión del alma, de la cual el acto de pensar, los recuerdos, el deseo, serían estados pasajeros. De nosotros mismos no podemos observar sino diversas percepciones particulares, pero no lo que sería el yo mismo, mi yo sustancial, independientemente de aquellas manifestaciones. Así, no podemos afirmar la existencia del alma. Suprimida toda percepción particular pareciera que se suprime el yo. En conclusión, lo que llamamos alma no es nada más que una serie de percepciones o estados anímicos. El alma no es la base del cual mis estados psíquicos particulares fuesen manifestaciones, como había sostenido Descartes. Para Hume no se trata más que de una serie de percepciones que se suceden rápidamente en continuo flujo. Savater escribe:
Cuando decimos que llueve estamos expresando algo que ocurre, pero no suponemos que haya una cosa que llueva, una entidad “lluvia" a la que le ocurra llover, más allá del agua que estamos viendo caer. La causalidad, la sustancia y el yo, según Hume, son sólo creencias, puesto que, de hecho, jamás tengo experiencia de ellas. Si me atengo sólo a la experiencia, debo decir que el yo se me aparece como un haz de sensaciones, un puro fluir de actos de conciencia y no como un yo único sustancial. La idea de sustancia, por su parte, se disuelve en sensaciones que nosotros agrupamos espacio-temporalmente. Sólo podemos afirmar la sucesión temporal y la continuidad espacial, pero la causalidad no: apenas es una creencia apoyada en el hábito. (p. 121)
Se ha dicho, y con razón, que Hume llevó al empirismo a sus últimas consecuencias, más si se comprende su postura vinculada a las formulaciones sobre las impresiones. En la próxima entrada abordaremos los temas de la religión y la política en su filosofía, además del legado de Hume a la tradición filosófica occidental. 

Referencias

Abbagnano, N. (1994). Historia de la filosofía. Volumen 2. Ed. Hora.
Carpio, A. (1995). Principios de filosofía. Una introducción a su problemática. Glauco.
Savater, F. (2008). La aventura de pensar. Random House.
Vernaux, R. (1977). Historia de la filosofía moderna. Herder.

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