domingo, 21 de abril de 2019

Breviario: Sobre Max Weber.


La centralidad de las influencias en un proyecto intelectual es siempre clave. No porque la concepción del mundo de tal o cual autor se deba a quienes lo formaron y lo condujeron a perspectivas singulares, sino porque a través de ellas emergen los maestros y las enseñanzas que tejen los medios intelectuales. Es solo por medio de éstas que se descubren las imágenes de época y se hacen notables los hilos que tejen aquellos escenarios a blanco y negro. Max Weber (1864-1920) fue un estudiante promedio, sensible a enfermedades, sobreprotegido por su madre y rodeado por una gran familia, pero impulsado por coyunturas históricas y aprendizajes autónomos, por maestros dispares y cambios de residencia. Como cualquier otra persona que valorase el conocimiento, logró, a través de los años, articular sus ideas, sin dejar nunca cabos sueltos, aunque así pareciese a la mirada superficial. 

Su vida se transformó en legado académico cuando sus enseñanzas fueron percibidas como imprescindibles. Así, Werner Sombart y Robert Michels constantemente se asombraban del filo de sus palabras, mientras los debates que sostenían con él detenían el tiempo y los últimos rayos del sol despuntaban sobre el río Neckar. Pero no solo fue su legado académico, sino también el personal, el que le valió apoyos y camaraderías, reflejando su calidez en curiosos discípulos como Georg Lukács y Karl Jaspers, quienes veían en él un maestro excepcional, un investigador nato. Y la admiración jamás fue en una sola dirección, pues Marianne relataba que Weber era cálido con aquellos con los cuales podía pasar por un maestro. Uno de sus más apreciados amigos fue Lukács, con quien sostuvo largas charlas sobre música clásica y literatura rusa, rodeados de referencias a las obras de Dostoievski y Tolstoi. 

No podría esperarse menos de un erudito que, no conforme con la circulación de sus planteamientos, quiso dejar expreso en el espíritu de la época su entusiasmo por el conocimiento. Y así, como si su producción académica fuese escasa, fundó en 1909, al lado de Ferdinand Tönnies y Georg Simmel, la Asociación Alemana de Sociología, en donde los proyectos cortarían la extensión del tiempo y llegarían a nuestros días. Nadie pudo haber concebido la fuerza de sus ideas, ni mucho menos cuántos lugares visitarían y las fronteras que derribarían. Empero, más que todo esto, Weber ya parecía consciente (no sabemos hasta dónde) de su labor: 

El destino de una época de cultura que ha comido del árbol de la ciencia consiste en tener que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mundo, no a partir del resultado de una investigación, por acabada que sea, sino siendo capaces de crearlo, que las <<cosmovisiones>> jamás pueden ser producto de un avance en el saber empírico, y que, por lo tanto, los ideales supremos que nos mueven con la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, solo en la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para otras personas como para nosotros los nuestros. [1]

Actuando conforme a sus convicciones metodológicas y siempre con semblante serio, Weber se cuidó de no caer en aquellas cosmovisiones que buscaban someter y dar por terminada las jornadas de reflexión y de crítica, como lo hicieran, para él, el positivismo a ultranza y el materialismo histórico. En efecto, buscó construir un hilo conductor centrado en la potencia de las ideas, en las imágenes del mundo, no quitando importancia a los ámbitos materiales de la existencia; era, como se hace notar en sus escritos, una cuestión de enfoque. No fue idealista, era consciente de los peligros de su método de investigación, pero sabía que aquello le permitía deshacerse de las explicaciones estrictamente causales, abriendo caminos a afinidades y a consecuencias no pretendidas de la acción. 

Sin embargo, más allá de sus reflexiones sobre el acontecer de los tiempos y del probable, a sus ojos, destino que encarcelaba los espíritus en le cage de fer, su preocupación se centraba en el corazón del ser humano, en aquellos que parecían vivir en medio de las lógicas imparables del mercado y del capital, cubiertos bajo el pesado manto de una esclavitud sin dueño. Parecía más fácil comprender la realidad bajo infinitas tipologías que encontrar respuestas a sus preocupaciones sobre la naturaleza del hombre, lo que al final de su vida lo llevó a buscar salidas colindantes con una extraña mística, pero nunca renunció a su postulado que sentenciaba, como si de una maldad irremediable se tratase, que el cálculo de capital, en su estructura formalmente más perfecta, suponía la lucha de unos hombres contra otros.

09/05/2018
Publicado como homenaje a su natalicio número 155. 


[1] WEBER. Max. La objetividad cognoscitiva de la ciencia y la política social. En: Ensayos sobre metodología sociológica. Buenos Aires: Amorrortu, 2006, p. 46.
[2] WEBER. Max. Economía y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 1356.