viernes, 1 de mayo de 2020

René Descartes y el principio de la duda metódica

René Descartes nació en el año 1596 en la ciudad de Touraine, Francia, y murió en Estocolmo en el año 1650. Se considera que con su obra inicia el periodo conocido como filosofía moderna. Descartes adquirió este mérito por incursionar en el planteamiento de un método fundamental, fundado en la duda metódica, el cual transformaría la manera en que se realizan las investigaciones en el campo de la filosofía y de la ciencia en general. Una de las primeros elementos que este filósofo cuestionó fue la existencia de Dios, formulando la relación existente entre los sentidos del cuerpo, el mundo exterior, una deidad creadora y el alma. A partir de ahí aparecen los conceptos con los cuales Descartes desarrolla su método, hasta llegar a la formulación de verdades claras y distintas, operantes por medio de las matemáticas, de donde se obtienen ideas innatas como la conciencia.

Retrato de René Descartes, por Frans Hals. Fuente: wikimedia.

Descartes sostuvo que no podría suceder que algún ser omnipotente hubiese dispuesto las cosas de modo que todo pareciera ser de una manera sin serlo en realidad, y que, por tanto, no existiese tierra, cielo, figuras, magnitudes y lugares, siendo toda una ilusión. Si era cierto que los sentidos que Dios le había dado al hombre lo engañaban, mostrándole una realidad trastocada, entonces ¿era Dios una especie de bromista? Descartes no estuvo de acuerdo con esa respuesta, pues la razón no podía llegar a conclusiones contrarias a las de la revelación de Dios, además, debía cuidarse de tales afirmaciones, pues sabía que los principales lectores de sus obras eran teólogos de la época. 

Con esto, Descartes supone que no es Dios el causante de las ilusiones, pues él es todo bondad y fuente de la verdad. Debía ser entonces un espíritu burlón, maligno, poderoso y falaz, uno que empleara toda su industria en engañarlo: de tal manera que el aire, la tierra, las figuras, los colores, los sonidos y todas las cosas exteriores no eran otra cosa que ilusiones y sueños, de los que este espíritu se había servido para tender trampas a su credulidad. Para escapar de esto, Descartes se piensa como si no tuviera manos, ojos, carne o sangre; es decir, como si no poseyera sentidos, preguntándose a continuación: ¿Para qué me sirven los sentidos si me informan erróneamente? Solo puedo tener certeza de ser una cosa que piensa, y de lo que realmente no puedo dudar es de mi duda. De tal manera que toda la atención debe estar dirigida, no al ser de las cosas, sino al ser que piensa las cosas: cogito ergo sum.

Para Descartes, toda la filosofía debía operar con representaciones claras y distintas, pues solo así sería considerada una ciencia segura. Sobre esto profundizaremos en una próxima entrada sobre Las meditaciones metafísicas. Lo qu debe quedar claro es que la filosofía de Descartes es un interrogante constante, el cual deja en entre dicho, de manera paulatina, aspectos del mundo exterior.

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