lunes, 15 de enero de 2018

San Agustín de Hipona: Vida y obra I


Agustín de Hipona nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagasteen y murió en Hippo Regius el 28 de agosto del año 430. Es considerado uno de los principales padres de la iglesia cristiana en Occidente. Su obra filosófica y teológica está conformada por memorias que son al mismo tiempo confesiones literarias de carácter religioso, las cuales fueron inicialmente escritas en latín y en periodos que comprenden casi toda su vida.

 
Iconographia magni patris Aurelli Augustini Hipponensis episcopi, et ecclesiae doctoris excellentissimi.
Autores: Maigret, George y Petri, Hieronymus. (1624). Créditos por el recorte al blog Odisea 2008.

San Agustín presenció los vaivenes de una vida contradictoria; tanto así, que es reconocido no solo por sus aportes en un periodo que ha sido denominado de transición, como lo es la Edad Media occidental, sino porque en la actualidad es glorificado por católicos y protestantes como el más grande de los Padres de la iglesia, y desde luego por la historia de la filosofía como uno de los más importantes filósofos que indagó respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad, tales como la pregunta por la verdad, el ser, la belleza (ver entrada), el bien y el mal, la moral del hombre, el alma y la existencia de Dios. Su vida es una confluencia de variedades y experiencias, pasando por ser católico, maniqueo, escéptico, neoplatónico, de nuevo católico, filósofo y teólogo, comprendiendo tales posturas siempre en actitud integral.


Podemos apuntar la importancia de su vocación por recoger, coordinar, asimilar y transmitir dos culturas: la grecorromana y la judeocristiana. San Agustín aceptó en gran parte la filosofía griega y confió en ella, lo cual podemos notar en su lectura de Cicerón. Se convenció tanto de esta filosofía que se presentaba a sí mismo como un Platón cristiano; más tarde se enfriaría tal entusiasmo platónico, pero siempre quedaría algo de ella como parte esencial suya, terminando por convertirse en la base de su especulación teológica. Su filosofía ha sido considerada muchas veces como una síntesis de platonismo y profetismo, idealismo y realismo, objetivismo y subjetivismo. Tal vez sea acertado conocer más sobre su vida a través de un resumen de sus Confesiones, donde podremos asimilar de forma más completa, a su vez, la obra de este filósofo medieval.

Resumen del texto Confesiones de San Agustín

El libro que trataremos a continuación se estructura como una obra de matiz íntimo y confesionario, equivalente a un diario personal o autobiografía, en la cual quedan plasmados los relatos de vida de San Agustín. Originalmente escritas en latín, el tiempo que cubren estas confesiones van de la infancia de Agustín hasta el año 387, año de su bautismo. La estructura del libro pueda leerse como un relato, y en este sentido la obra puede ser vista como representativa de la literatura religiosa. Por otra parte, el libro no solo muestra la confesión de un hombre, sino también una glorificación al mismo. Cabe aclarar que, si bien el texto está constituido como confesiones de un cristiano, en el que se manifiestan faltas de fe, también se concibe como una obra poética en la que se plasma el amor y la incondicional admiración al dios cristiano. Al inicio de la obra, Agustín agradece a Dios por la concepción de la sabiduría y del entendimiento que le otorga, ello con el fin de poder guiar su búsqueda y permitirle entender el mundo y a los hombres.


Confesiones se encuentra dividida en diez libros, conformados a su vez por capítulos o subdivisiones. El libro primero inicia con una serie de poéticas alabanzas a Dios, a su grandeza e inteligencia. Agustín se refiere a la omnipresencia y omnipotencia en términos de reverencia, admiración y respeto. Ya en los primeros párrafos deja condensada reverencias divinas, las cuales otorgan virtudes a los hombres. En los párrafos siguientes le solicita a Dios la sabiduría para conocerle y alabarle, para entenderle y saber qué es certeramente Él y no otra cosa. Es decir, con el fin de no confundirle con otros entes de la naturaleza, ya que el que no conoce de dios puede invocar y alabar a cualquier ente. Para Agustín, Dios está en nosotros y nosotros en él, y que son desgraciadas las personas que no están con él y no lo sirven. Es a partir del capítulo lV del primer libro que San Agustín inicia sus confesiones, arrepintiéndose incluso de las acciones que hizo siendo un bebé. Agustín escribe que no recuerda esa etapa de su vida, pero que, viendo la conducta de otros bebés, puede imaginarse cómo, tal vez, fuese así. En este espacio manifiesta, por ejemplo, los celos que sentía al ver a su madre con otros bebés, por lo cual pide perdón, sumando su apetencia por querer que se centraran en él, alimentándose sobremanera. Además de esto, Agustín añade ciertas reflexiones en torno a que Dios siempre es el mismo y eterno, siendo un eterno presente. Con el pasar de sus testimonios, descubrimos que Agustín aborrecía el estudio cuando era niño, amaba el juego y temía al castigo.  Aprendió la lengua latina y, sin embargo, renegaba de la lengua griega.


A partir del libro segundo, San Agustín escribe parte de su adolescencia y de lo mucho que estuvo influenciado por los placeres terrenales de la carne, las pasiones y los deleites de los mortales. Viaja en esta época a Cartago, donde confiesa distintos pecados cometidos allá, dando especial énfasis a un robo de peras que realizó en compañía de otros, renegando de lo perjudicial que pueden resultar las malas amistades. No obstante, deja de manifiesto que Dios estuvo siempre con él, enseñándole el camino que debía seguir, agradeciendole una vez más por enseñarle lo perjudicial de las malas decisiones. Afirma que su madre siempre tuvo la intención de inclinarlo hacia Dios, de orar y salvarlo. Agustín culmina el segundo libro con una reflexión sobre lo bueno que es dios y que él todo lo cubre.


El libro tercero inicia con ciertas confesiones referidas al ámbito sexual y al amor; lo principal de este capítulo radica en que Agustín tiene un acercamiento a la obra de Cicerón, específicamente a Hortencius, haciendo tal obra que su concepción sobre la búsqueda de la Verdad cambiase; por ello se dedicó al estudio de la retórica y terminó por ser parte de la secta de los maniqueos, dejándose llevar por sus doctrinas; durante este tiempo, su madre, Santa Mónica, lloró constantemente por la salvación de su hijo. El libro cuarto se centra en la enseñanza de la retórica que ejerció y el distanciamiento, mediante la ayuda de un sabio médico, de ciertos conocimientos que no eran verdaderos y que inducían al error, como la astrología. Otro punto central de este libro es la muerte de un amigo cercano, noticia que causa gran tristeza en él, tanto así, que opta por irse de Cartago porque todo en ella le recordaba aquel amargo acontecimiento. Es importante mencionar aquí el acercamiento de Agustín a la obra de Aristóteles, con quien no desarrolla una cercana afinidad.


El libro quinto tiene que ver con el enfrentamiento que tuvo Agustín con Fausto, un maestro de la secta maniquea, quien al parecer no pudo dar respuesta satisfactoria a la búsqueda de Agustín sobre la Verdad. Por tales motivos, Agustín opta por dejar la secta y busca nuevas formas de acercarse al conocimiento de las cuestiones fundamentales de la vida. Es por esta etapa que Agustín conoce a los escépticos y tiene un breve contacto con ellos. Luego de estas experiencias, Agustín viaja a Roma, con el fin de enseñar el arte de la retórica; mientras tanto, su madre sigue pidiendo a Dios que su hijo recapacite y tomase su camino. Más tarde llegaría a Milán, donde conocería a San Ambrosio. Agustín cuenta que fue gracias a él que por fin dejó de lado los errores y comenzó a andar por el buen camino. En el libro sexto, Agustín escribe que estaba ya libre de cualquier influencia maniqueísta y católica, lo que, desde luego, quien lo lee, sabe que no es del todo cierto. San Ambrosio sigue siendo un personaje importante, ya que gracias a sus sermones y recomendaciones Agustín emprende un nuevo camino para acceder al fundamento que buscaba. Aquí hay que mencionar la importancia de Alipio y del cómo Agustín trata de poner orden a su vida, que había sido tan pecaminosa.


El libro séptimo inicia con una mención a las ideas implícitas maniqueístas que hay en San Agustín respecto a la idea de Dios, esto es, la concepción de que éste es una sustancia material. Es más adelante que Agustín supera tal idea para adentrarse en las ideas platónicas, esto le hizo, en sus palabras, más sabio, pero también soberbio. A partir de ese momento es que hallaría los libros sagrados, fundamental paso para su conversión. De esta forma, el libro octavo se refiere a la importancia de la conversión de los pecadores; vemos además las constantes amistades que Agustín tuvo con distinguidas autoridades de la iglesia. En este libro escribe un San Agustín que posee una seguridad en Dios definida y demarcada, confesando su decisión de seguirlo; en esta parte cuenta la historia de Victorino, un romano convertido a cristiano. Medita sobre la satisfacción de superar el dolor, narrando el encuentro con el anciano Simplicio. También formula una pregunta: ¿Por qué ley del pecado es la fuerza de la costumbre? Y cuenta la historia de Antonio, un monje de Egipto, relatado por Ponticiano, el cual una vez que fue a visitarle, en tal historia, se expresa cómo el monje se libró del deseo del coito. Luego de todo esto, Agustín escribe que se retiró a un huerto en su casa, lo cual, para nosotros, tal acción puede ser vista como un antecedente del retiro que realizará al final de su vida.

 
Toda esta conversión se ve acompañada de múltiples reflexiones del autor respecto a la grandeza de dios y a que todo en él es bueno. El libro noveno muestra alabanzas de Agustín a Dios; es así como arregla dejar las clases de retórica y consigue, mediante un amigo, una casa donde puede irse a meditar lo aprendido con la nueva doctrina. Este libro es importante en la medida que Agustín menciona volver a Milán y, en compañía de su hijo Adeodato, recibir el santo bautismo, confirmando su conversión. Un hecho importante aquí es la muerte de su madre Santa Mónica, lo que hace que Agustín entre en un estado de desaliento total y llore a su madre como ella había llorado tanto por él. Por último, el libro décimo habla sobre las alabanzas y oraciones que el autor atribuye a Dios como agradecimiento; menciona aquí un aspecto fundamental para la filosofía, y es el tema de la memoria y del cómo su capacidad reflexiva permite recordar el olvido y fortificar el sentir de las pasiones del ánimo.


Pero tanto en el noveno libro como el décimo, San Agustín está manifestando su temor a dejar la costumbre, del cómo fue ese paso difícil de la vida mundana a la vida devota. También deja entrever una carencía de excusas y razones para no seguir a Dios desde el inicio, desconociendo la verdad, y que, por tanto, al sentír que la ha encontrado, se manifiesta como un creyente total. Así, la última parte del libro se encuentra enfocada en esta nueva vida de San Agustín como creyente. Hasta tal momento, Agustín no deja de reafirmar y atribuir a su creador cada cosa en su vida, pues la conversión no habría sido posible si su Dios no lo hubiese querido de tal manera.

Referencias bibliográficas 

San Agustín. (1983). Confesiones. Sarpe, Madrid. 

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