miércoles, 12 de julio de 2017

Generalidades en torno a lo bello y lo desagradable a la vista


La asociación de lo bueno con lo bello y lo malo con lo feo en la anatomía del rostro y el cráneo.


1. El referente de la frenología

No pretendemos con este trabajo volver a ciertos postulados del siglo XIX. La asociación de ciertos rasgos físicos corporales con la idea de la delincuencia y la criminalidad se consolidó como objeto de estudio a partir del positivismo científico, gozando de gran legitimidad en el campo de los estudios sociales (sociología, antropología y economía) y sobre todo en el estudio de la medicina, influenciada por el evolucionismo naturalista. Desarrollada principalmente en el continente europeo, pero con avances en países latinoamericanos como Argentina y Chile, estos estudios son referidos muchas veces a la idea de la antropología simétrica y especialmente al campo de la frenología (también llamado craneología o craneoscopia) siendo en su época de gran aceptación, aunque hoy en día carezcan de fundamentos plenamente científicos. La frenología “[…] representó un campo de trabajo difundido donde confluyeron miradas sociológicas junto a enfoques de índole predominantemente biológico.” (Spota, 2014), pues: “Valiéndose de la aplicación de una mirada atenta a las dimensiones, formas y ratios establecidos entre las diversas protuberancias, valles y componentes craneanos de la persona bajo inspección, el especialista lograría reconstruir el temperamento de un paciente.” (Spota, p. 256). La idea de la frenología ya tenía sus antecedentes en los análisis de la fisiognomía (de allí el origen de la palabra fisionomía), en la cual se sustentaba que, a partir de los rostros humanos, se podía comprender la conducta social; ella se expresaba mediante comparaciones con ciertas especies de animales:

Ilustraciones de la obra de Giambattista della Porta’s: De humana physiognomonia libri IIII, (1586)

El determinismo biológico se consolidó como paradigma en la explicación conductual de los individuos, y ello no debería extrañar, pues tanto la teoría de la evolución natural, como el organicismo y el positivismo, aunado a ello la incapacidad de las ciencias sociales por consolidarse bajo el precepto de ciencia con leyes universales, prestaron su apoyo a esta visión sobre los estudios sociales. Sin embargo, y luego de más de dos siglos de la formulación de aquellos planteamientos, persiste aún la idea de fundamentar tales nociones, manteniéndose en las representaciones de la vida cotidiana, apoyadas por experiencias personales e incluso por ciertos estudios aislados que son propensos a una continua deslegitimación. Con ello, no podemos negar que algo de esto queda en los imaginarios, aferrado al sedimento de la mente, llevándonos a asociar ciertos rasgos del rostro con un tipo de conducta, en especial la delincuencial y la criminal. Incluso pareciese una cuestión innata a cada sujeto; sin embargo, no lo es, pues solo cuando un fenómeno ha sido parte de una cultura por tanto tiempo, llega a adecuarse y a formar parte íntegra de la misma. Recordemos entonces, que grandes científicos como Cesare Lombroso plantearon, a fines del siglo XlX, (influenciado por los estudios de Charles Darwin), categorizaciones para enmarcar a los delincuentes: mentón prominente, orejas aladas, colmillos salientes y ausencia de barba o bigote, agregando que éste constituía una especie de eslabón perdido en la evolución del hombre, es decir, un grupo de personas que no habían podido evolucionar adecuadamente. 

Cesar Lambroso, L’homme criminel Atlas, 1887.

Actualmente estas definiciones remiten más a la descripción de un salvaje que a la de un delincuente común. Y es que, a partir de allí se constituyen fundamentos para defender la segregación de grupos y poblaciones. Por aquel entonces, las mal formaciones o desviaciones del rostro o del cráneo eran, por lo general, asociadas a factores de delincuencia, barbarismo y criminalidad, esto por sus parecidos a animales o por no compartir ciertos rasgos generales de una población singular. Todo ello condujo a la asociación de lo feo, lo horrible y/o desagradable a la vista con lo malo o lo peligroso. El trasegar de las ideas del evolucionismo y de la teoría organicista pronto fueron trasladadas, casi que, de manera intacta, al Nuevo Mundo en los procesos de colonización. El alejamiento de los pensadores neogranadinos de la cultura francesa romántica permitió que se acercaran a la cultura anglosajona de Inglaterra, sumado a que, por ejemplo, en Colombia, se habían instaurado negocios comerciantes ingleses, por medio de los cuales se recibía la creciente influencia del pensamiento social de Herbert Spencer, uno de los grandes representantes del evolucionismo social (Jaramillo, 1993). La relación de lo bello con lo agradable y lo bueno ha sido un objeto de reflexión desde la antigüedad; sin embargo, necesariamente hemos de delimitar el tema al campo de la estética; veamos pues, algunos fundamentos para encontrar relaciones con lo descrito hasta el momento.


2. Lo bello y lo desagradable a la vista.


Iniciemos por definir cómo se aborda el tema de la apreciación del físico de las otras personas desde un punto de vista de la estética. Ello tiene que ver con la idea de una experiencia estética que acapara fenómenos que están a nuestro alrededor y con los que tenemos contacto en la vida cotidiana. Véase nuestra primera entrada. Y aquí, ¿Qué puede ser más cotidiano que nuestra interacción con las demás personas? La experiencia estética se encuentra relacionada con una sensibilidad del sujeto y con su afectividad, con la apreciación o con el rechazo de los otros (o a una situación o fenómeno determinado). Lo estético en este sentido toma un campo más amplio de análisis que la estética, es por ello que optamos por una visión desde lo estético respecto a las representaciones que se tienen de los criminales o delincuentes y su asociación con ciertos rasgos singulares de rostros y formas craneales específicas. En filosofía, el tema de lo bello es amplio, iniciado particularmente por los textos de Platón, en donde se representa lo bello con la sabiduría y lo feo con la ignorancia.
Estas configuraciones de imaginarios han sufrido multiplicidad de cambios y argumentos a lo largo de la historia de la filosofía; ejemplo de ello nos da Tatarkiewicz en su obra Historia de seis ideas:
(…) las teorías de la belleza han utilizado tres concepciones diferentes: A. Belleza en el sentido más amplio. Este era el concepto griego original de belleza; incluía la belleza moral y, por tanto, la ética y la estética. […] B. Belleza en el sentido estrictamente estético. […] comprende sólo aquello que produce experiencia estética [...] productos mentales al igual que colores y sonidos. C. Belleza en sentido estético, pero limitándose a las cosas que se perciben por medio de la vista.” (Tatarkiewicz, 2001, p. 153).
Aquí podrían tomarse las tres definiciones para dar una mejor explicación a estas representaciones que se tienen de las apariencias físicas. Si llevamos estas concepciones a la cotidianidad, daremos cuenta de que la imagen muestra cómo se repudia o se atrae respecto a otros individuos, aunque, desde luego, debemos tener en cuenta lo singular de la situación. Como escribe Andrés Gaitán: “Esta manera de enfrentar un Estado donde se confunden lo bello con lo bueno y lo malo con lo feo está hoy en día incidiendo gravemente en contrataciones, tipo de salarios, mejores oportunidades de trabajo y aumentos preferenciales para aquellos considerados bellos, lo que, por supuesto, hace que quienes caigan en desgracia y entren en un plano delincuencial sean por lo general las personas feas." (Gaitán, 2006). Es decir, ¿Cuál es el significado de la apariencia? ¿Acaso la diferenciación entre lo bueno y lo malo solo corresponde a un esquema mental binario de categorías que se guían por el sentido de la vista? Juzgar es separar apariencias, y más cuando descubrimos patrones de igualdad para generalizar nuestras opiniones. Buscamos homogeneizar nuestros pensamientos, reforzados por ciertos ideales: “La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante declinación de la agudeza de nuestra experiencia sensorial." (Gaitán, p. 26). Respecto a esto, véase la entrada sobre la conducta blasé.

Claros análisis de estas ideas las podemos encontrar en textos como la Modernidad líquida de Zigmun Bauman o La era del vacío de Gilles Lipovetsky, donde encontramos análisis sobre el atrofio de nuestras sensibilidades. Estos análisis dejan entrever, tal y como lo menciona Mukarovsky en el ámbito del arte, que: “Está cada vez más claro que el contenido de la consciencia individual viene dado hasta en sus profundidades por los contenidos que pertenecen a la conciencia colectiva." (Mukarovsky, 1977, p. 35). Aunque, por supuesto, estas conclusiones no sean nuevas.

Una consecuencia obvia de la asociación de tipos de rostros con la delincuencia, además de la denigración, es la fundamentación de la idea del racismo. Por ello, la interpretación debe ser cuidadosa, tal como escribe Susan Sontag (refiriéndose a otro tipo de análisis, pero que podemos tomar como analogía): “En Determinados contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar, de evadir el pasado fenecido. En otros contextos culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante.” (Sontag, 1984, p. 19).

 Cesar Lambroso, L’homme criminel Atlas, 1887.

El tema de los factores biológicos podría o no determinar una conducta social, pero es bien sabido que estos planteamientos pierden cada vez más legitimidad. Esto, tal como desembocó en teorías antropométricas que justificaban el racismo y la superioridad de un tipo de raza pura, también dejó un camino para que teorías como la del determinismo ambiental, donde se planteaba que el ambiente en donde nacían y vivían las personas determinaba sus modos de trabajo y una cultura específica, pudiesen transformarse en campos de análisis mucho más fructíferos, tal como la sociología ambiental.

La sociobiología se ha nutrido de todas estas investigaciones y ha desarrollado múltiples postulados que siguen siendo utilizados para explicaciones de conductas específicas. A partir de ello, podemos plantear la subordinación de estos factores biológicos a factores sociales, en donde la construcción de las representaciones e imaginarios respecto a ciertos rasgos físicos tienen una influencia (de grados) respecto a cómo las personas actúan frente a estas conexiones sobre al crimen y la delincuencia.



Cesar Lambroso, L’homme criminel. 1888.


Referencias bibliográficas.

Gaitán, Andrés. (2006). El botox o la globalización de lo bello. Ed. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Artes. 
Jaramillo, Jaime. (1994). Notas para la historia de la sociología en Colombia. En: De la historia a la Sociología. Bogotá.
Mukarovsky, Jan. (1977). El arte como hecho semiológico. Ed. Gustavo Gili, S.A. Barcelona.
Sontag, Susan. (1984). Contra la interpretación. Ed. Seix Barral, Barcelona.
Spota, Julio. (2014). Aportes para el estudio de la frenología argentina en la segunda mitad del siglo XlX. Tabula Rasa, núm. 20, pp. 251-281. Bogotá, Colombia.
Tatarkiewicsz, Wladislaw. (2001). Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética. Ed. Tecnos. Madrid.

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