La asociación de lo bueno con lo bello y lo malo con lo feo en la anatomía del rostro y el cráneo.
1. El referente de la frenología
No pretendemos con este trabajo volver a ciertos postulados del siglo XIX. La asociación de ciertos rasgos físicos corporales con la idea de la delincuencia y la criminalidad se consolidó como objeto de estudio a partir del positivismo científico, gozando de gran legitimidad en el campo de los estudios sociales (sociología, antropología y economía) y sobre todo en el estudio de la medicina, influenciada por el evolucionismo naturalista. Desarrollada principalmente en el continente europeo, pero con avances en países latinoamericanos como Argentina y Chile, estos estudios son referidos muchas veces a la idea de la antropología simétrica y especialmente al campo de la frenología (también llamado craneología o craneoscopia) siendo en su época de gran aceptación, aunque hoy en día carezcan de fundamentos plenamente científicos. La frenología “[…] representó un campo de trabajo difundido donde confluyeron miradas sociológicas junto a enfoques de índole predominantemente biológico.” (Spota, 2014), pues: “Valiéndose de la aplicación de una mirada atenta a las dimensiones, formas y ratios establecidos entre las diversas protuberancias, valles y componentes craneanos de la persona bajo inspección, el especialista lograría reconstruir el temperamento de un paciente.” (Spota, p. 256). La idea de la frenología ya tenía sus antecedentes en los análisis de la fisiognomía (de allí el origen de la palabra fisionomía), en la cual se sustentaba que, a partir de los rostros humanos, se podía comprender la conducta social; ella se expresaba mediante comparaciones con ciertas especies de animales:
Ilustraciones de la obra de Giambattista della Porta’s: De humana physiognomonia libri IIII,
(1586)
El
determinismo biológico se consolidó como paradigma en la explicación
conductual de los individuos, y ello no debería extrañar, pues tanto la
teoría de la evolución natural, como el organicismo y el positivismo, aunado a ello
la incapacidad de las ciencias sociales por consolidarse bajo el precepto de
ciencia con leyes universales, prestaron su apoyo a esta visión sobre los estudios sociales. Sin
embargo, y luego de más de dos siglos de la formulación de aquellos planteamientos, persiste aún la idea de fundamentar tales nociones, manteniéndose en las
representaciones de la vida cotidiana, apoyadas por experiencias personales e
incluso por ciertos estudios aislados que son propensos a una continua deslegitimación. Con ello, no podemos negar
que algo de esto queda en los imaginarios, aferrado al sedimento de la mente, llevándonos a asociar ciertos rasgos del rostro con un tipo de conducta, en
especial la delincuencial y la criminal. Incluso pareciese una cuestión innata
a cada sujeto; sin embargo, no lo es, pues solo cuando un fenómeno ha sido
parte de una cultura por tanto tiempo, llega a adecuarse y a formar parte
íntegra de la misma. Recordemos entonces, que grandes científicos como Cesare
Lombroso plantearon, a fines del siglo XlX, (influenciado por los estudios de Charles Darwin),
categorizaciones para enmarcar a los delincuentes: mentón prominente, orejas
aladas, colmillos salientes y ausencia de barba o bigote, agregando que éste
constituía una especie de eslabón perdido en la evolución del hombre, es
decir, un grupo de personas que no habían podido evolucionar
adecuadamente.
Cesar Lambroso, L’homme criminel Atlas, 1887.
Actualmente
estas definiciones remiten más a la descripción de un salvaje que a la de un
delincuente común. Y es que, a partir de allí se constituyen fundamentos
para defender la segregación de grupos y poblaciones. Por aquel entonces, las mal formaciones o desviaciones del rostro o del cráneo eran, por lo general, asociadas a factores
de delincuencia, barbarismo y criminalidad, esto por sus parecidos a animales o por
no compartir ciertos rasgos generales de una población singular. Todo ello condujo a la
asociación de lo feo, lo horrible y/o desagradable a la vista con lo malo o lo peligroso. El trasegar de las ideas del evolucionismo y de la teoría organicista pronto fueron
trasladadas, casi que, de manera intacta, al Nuevo Mundo en los procesos de colonización. El
alejamiento de los pensadores neogranadinos de la cultura francesa romántica permitió
que se acercaran a la cultura anglosajona de Inglaterra, sumado a que, por
ejemplo, en Colombia, se habían instaurado negocios comerciantes ingleses, por
medio de los cuales se recibía la creciente influencia del pensamiento social de
Herbert Spencer, uno de los grandes representantes del evolucionismo
social (Jaramillo, 1993). La relación de lo bello con lo agradable y lo bueno
ha sido un objeto de reflexión desde la antigüedad; sin embargo, necesariamente hemos de delimitar el tema al campo de la estética; veamos pues,
algunos fundamentos para encontrar relaciones con lo descrito hasta el momento.
2. Lo
bello y lo desagradable a la vista.
Iniciemos
por definir cómo se aborda el tema de la apreciación del físico de las otras
personas desde un punto de vista de la estética. Ello tiene que ver con la idea
de una experiencia estética que acapara fenómenos que están a nuestro alrededor
y con los que tenemos contacto en la vida cotidiana. Véase nuestra primera entrada.
Y aquí, ¿Qué puede ser más cotidiano que nuestra interacción con las demás
personas? La experiencia estética se encuentra relacionada con una sensibilidad del sujeto y con su afectividad, con la apreciación o con el rechazo
de los otros (o a una situación o fenómeno determinado). Lo estético en este
sentido toma un campo más amplio de análisis que la estética, es por ello que
optamos por una visión desde lo estético respecto a las representaciones que se
tienen de los criminales o delincuentes y su asociación con ciertos rasgos
singulares de rostros y formas craneales específicas. En filosofía, el tema de
lo bello es amplio, iniciado particularmente por los
textos de Platón, en donde se representa lo bello con la sabiduría y lo feo con la
ignorancia.
Estas
configuraciones de imaginarios han sufrido multiplicidad de cambios y
argumentos a lo largo de la historia de la filosofía; ejemplo de ello nos
da Tatarkiewicz en su obra Historia de seis ideas:
(…) las teorías de la belleza han utilizado tres concepciones diferentes: A. Belleza en el sentido más amplio. Este era el concepto griego original de belleza; incluía la belleza moral y, por tanto, la ética y la estética. […] B. Belleza en el sentido estrictamente estético. […] comprende sólo aquello que produce experiencia estética [...] productos mentales al igual que colores y sonidos. C. Belleza en sentido estético, pero limitándose a las cosas que se perciben por medio de la vista.” (Tatarkiewicz, 2001, p. 153).
Aquí
podrían tomarse las tres definiciones para dar una mejor explicación a estas
representaciones que se tienen de las apariencias físicas. Si llevamos estas
concepciones a la cotidianidad, daremos cuenta de que la imagen
muestra cómo se repudia o se atrae respecto a otros individuos, aunque, desde luego, debemos tener en cuenta lo singular de la situación. Como escribe Andrés Gaitán:
“Esta manera de enfrentar un Estado donde se confunden lo bello con lo bueno y
lo malo con lo feo está hoy en día incidiendo gravemente en contrataciones,
tipo de salarios, mejores oportunidades de trabajo y aumentos preferenciales
para aquellos considerados bellos, lo que, por supuesto, hace que quienes
caigan en desgracia y entren en un plano delincuencial sean por lo general las
personas feas." (Gaitán, 2006). Es decir, ¿Cuál es el significado de la
apariencia? ¿Acaso la diferenciación entre lo bueno y lo malo solo corresponde
a un esquema mental binario de categorías que se guían por el sentido de la vista? Juzgar es
separar apariencias, y más cuando descubrimos patrones de igualdad para
generalizar nuestras opiniones. Buscamos homogeneizar nuestros
pensamientos, reforzados por ciertos ideales: “La nuestra es una cultura basada
en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante declinación
de la agudeza de nuestra experiencia sensorial." (Gaitán, p. 26). Respecto a esto, véase la entrada sobre la conducta blasé.
Claros
análisis de estas ideas las podemos encontrar en textos como la Modernidad líquida
de Zigmun Bauman o La era del vacío de Gilles Lipovetsky, donde encontramos
análisis sobre el atrofio de nuestras sensibilidades. Estos análisis dejan
entrever, tal y como lo menciona Mukarovsky en el ámbito del arte, que: “Está
cada vez más claro que el contenido de la consciencia individual viene dado
hasta en sus profundidades por los contenidos que pertenecen a la conciencia
colectiva." (Mukarovsky, 1977, p. 35). Aunque, por supuesto, estas
conclusiones no sean nuevas.
Una consecuencia obvia de la
asociación de tipos de rostros con la delincuencia, además de la denigración, es la fundamentación de la idea del racismo. Por ello, la
interpretación debe ser cuidadosa, tal como escribe Susan Sontag (refiriéndose a otro
tipo de análisis, pero que podemos tomar como analogía): “En Determinados
contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de
revisar, de transvaluar, de evadir el pasado fenecido. En otros contextos
culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante.” (Sontag, 1984,
p. 19).
El
tema de los factores biológicos podría o no determinar una conducta social,
pero es bien sabido que estos planteamientos pierden cada vez más legitimidad. Esto, tal
como desembocó en teorías antropométricas que justificaban el racismo y la
superioridad de un tipo de raza pura, también dejó un camino para que teorías
como la del determinismo ambiental, donde se planteaba que el ambiente en donde nacían y vivían las personas determinaba sus modos de trabajo y una cultura específica, pudiesen transformarse en campos de análisis mucho más fructíferos, tal como la sociología ambiental.
La
sociobiología se ha nutrido de todas estas investigaciones y ha desarrollado
múltiples postulados que siguen siendo utilizados para explicaciones de
conductas específicas. A partir de ello, podemos plantear la subordinación de
estos factores biológicos a factores sociales, en donde la construcción de las
representaciones e imaginarios respecto a ciertos rasgos físicos tienen una influencia (de grados) respecto a cómo las personas actúan frente a estas conexiones sobre al crimen y la
delincuencia.
Cesar Lambroso, L’homme criminel. 1888.
Referencias bibliográficas.
Gaitán, Andrés. (2006). El botox o la globalización de lo
bello. Ed. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Artes.
Jaramillo, Jaime. (1994). Notas para la historia de la
sociología en Colombia. En: De la historia a la Sociología. Bogotá.
Mukarovsky, Jan. (1977). El arte como hecho semiológico. Ed.
Gustavo Gili, S.A. Barcelona.
Sontag, Susan. (1984). Contra la interpretación. Ed. Seix
Barral, Barcelona.
Spota, Julio. (2014). Aportes para el estudio de la frenología
argentina en la segunda mitad del siglo XlX. Tabula Rasa, núm. 20, pp.
251-281. Bogotá, Colombia.
Tatarkiewicsz, Wladislaw. (2001). Historia
de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia
estética. Ed. Tecnos. Madrid.
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