En Crátilo, la cuestión inicial tiene que ver con la
exactitud de los nombres. El punto clave es el de la reflexión filosófica del lenguaje y su relación con la realidad, buscando comprender de qué
modo los nombres que se dan a las
cosas por los seres humanos están en relación con dichas cosas, y qué tanto pueden dar
cuenta de ellas.
Podemos considerar el diálogo dividido en tres partes: en la primera se discute la naturaleza de los nombres, esto es, si son fijados por naturaleza o por convención. Para Sócrates, la respuesta es la primera opción, por lo que critica de forma directa la teoría convencionalista. Si se acepta que el lenguaje es una convención, se está sujeto a un núcleo social para realizar el consenso. Es de resaltar la contradicción que sostiene Hermógenes, para Sócrates, al afirmar que lo correcto es el nombre que cada uno ponga a las cosas, pues convención hace alusión a acuerdo, y el acuerdo requiere de dos o más partes, por lo que no es posible hacer una convención de forma individual. La segunda parte busca comprender la relación de estos nombres con la realidad que representan, a saber, qué tan exactos conservan la realidad. Para ello establecen un análisis etimológico de los términos que se usan en la mitología de Homero, en especial de los nombres. Estudian cuánta relación guardan los nombres con la personalidad de los dioses, concluyendo que los nombres pueden dar cuenta de la forma de ser, del modo de pensar, de actuar y de reaccionar, pero también del modo en que los dioses se relacionaban con la naturaleza, en el caso de Artemisa y Zeus; cómo se relacionan con la sabiduría, en el caso de Atenea, y cómo manifiestan los sentimientos y las pasiones, en el caso de Eros y Afrodita.
La tercera parte del diálogo pretende determinar de dónde surge el lenguaje, comprendiendo luego que no tiene una causa material, pues es producto del pensamiento, y siendo así, algo o alguien debió haber pensado los nombres de las cosas, siendo, para Sócrates, los primeros hombres que, en este caso, serían los dioses griegos (Platón, 1983). Para éste, el legislador determina de forma natural los nombres primarios de donde surgen los demás nombres."(…) se hablaría lo más bellamente posible cuando se hablara con nombres semejantes en su totalidad o en su mayoría [a la realidad] -esto es, con nombres apropiados- y lo más feamente en caso contrario." (Platón, 1983, p. 453). En el momento en que Sócrates plantea la idea de los nombres primarios, aparece la teoría de la mimesis, que se aplica no solo a la discusión del lenguaje, sino a las cosas del mundo, como el arte.
Esto me recuerda a la pintura de Magritte, Ceci n’est pas une pipe, pues en el cuadro se observa claramente una pipa, pero la denuncia está en que lo observado es un cuadro de una pipa, por ende, no es una pipa. De la misma forma se discute en Crátilo, contrastando primero la realidad y los nombres, y segundo, en caso de no poder hablar, la realidad y la capacidad de gestualizar para representar la realidad. En ambos casos se está imitando, por lo que queda clara la distinción entre objeto, imagen del objeto y nombre del objeto. Sucede lo mismo para el recuerdo del objeto. Para ilusrar esta cuestión presento otro ejemplo: el artista Joseph Kosuth y sus famosas fotografías One and three chairs, One and three lamps, en los que plantea los diversos modos de entenderse con la realidad y el lenguaje. Por un lado está el objeto (silla o lampara), y por otro lado tenemos la fotografía de estos objetos, así mismo un recuerdo de ellos, y tenemos también el nombre, la definición, la idea de silla y lampara; se comprende que el objeto está tanto en la realidad, como en la fotografía, como en la definición y en el nombre, y se entiende más aún que no es en esencia ninguno de estos.
La formulación etimológica, junto con el significado que estos objetos adhieren a los términos, conforman en conjunto la exactitud y precisión que tiene un nombre al intentar expresar una cosa. Sin embargo, siempre hay algo de los objetos que se queda fuera del alcance del nombre, dicho algo es el ser en sí, y este ser, entendido por Sócrates, está en movimiento. Así que el nombre representa algo de la realidad que fue captado por el legislador, que al momento mismo de ser captado se convirtió en una imagen en reposo, pero que mantuvo su curso. Por ende, es imposible que el legislador tenga un conocimiento completo de la realidad, por lo que la realidad se aleja del sujeto. Una vez captado algo, éste se aleja (Platón, p. 352).
Cuando Bacon se refiere al problema del lenguaje en su Novum Organum, toma una postura de rechazo frente a éste. Su punto de partida está en asignarle al lenguaje la culpa de errar en nuestra experiencia de las cosas. Explica, en el aforismo 59 del libro primero, que los más peligrosos de todos los ídolos, son los del foro, que llegan al espíritu por su alianza con el lenguaje (Bacon, 1984, pp. 48-51). Y es que concibe que el lenguaje modifica la realidad, tergiversándola, por lo que esta idea convierte a las palabras en antesala de la experiencia del mundo y, además, en algo exclusivamente íntimo.
Podemos considerar el diálogo dividido en tres partes: en la primera se discute la naturaleza de los nombres, esto es, si son fijados por naturaleza o por convención. Para Sócrates, la respuesta es la primera opción, por lo que critica de forma directa la teoría convencionalista. Si se acepta que el lenguaje es una convención, se está sujeto a un núcleo social para realizar el consenso. Es de resaltar la contradicción que sostiene Hermógenes, para Sócrates, al afirmar que lo correcto es el nombre que cada uno ponga a las cosas, pues convención hace alusión a acuerdo, y el acuerdo requiere de dos o más partes, por lo que no es posible hacer una convención de forma individual. La segunda parte busca comprender la relación de estos nombres con la realidad que representan, a saber, qué tan exactos conservan la realidad. Para ello establecen un análisis etimológico de los términos que se usan en la mitología de Homero, en especial de los nombres. Estudian cuánta relación guardan los nombres con la personalidad de los dioses, concluyendo que los nombres pueden dar cuenta de la forma de ser, del modo de pensar, de actuar y de reaccionar, pero también del modo en que los dioses se relacionaban con la naturaleza, en el caso de Artemisa y Zeus; cómo se relacionan con la sabiduría, en el caso de Atenea, y cómo manifiestan los sentimientos y las pasiones, en el caso de Eros y Afrodita.
Frame. Dracula's Daughter, 1936, Lambert Hillyer
La tercera parte del diálogo pretende determinar de dónde surge el lenguaje, comprendiendo luego que no tiene una causa material, pues es producto del pensamiento, y siendo así, algo o alguien debió haber pensado los nombres de las cosas, siendo, para Sócrates, los primeros hombres que, en este caso, serían los dioses griegos (Platón, 1983). Para éste, el legislador determina de forma natural los nombres primarios de donde surgen los demás nombres."(…) se hablaría lo más bellamente posible cuando se hablara con nombres semejantes en su totalidad o en su mayoría [a la realidad] -esto es, con nombres apropiados- y lo más feamente en caso contrario." (Platón, 1983, p. 453). En el momento en que Sócrates plantea la idea de los nombres primarios, aparece la teoría de la mimesis, que se aplica no solo a la discusión del lenguaje, sino a las cosas del mundo, como el arte.
Esto me recuerda a la pintura de Magritte, Ceci n’est pas une pipe, pues en el cuadro se observa claramente una pipa, pero la denuncia está en que lo observado es un cuadro de una pipa, por ende, no es una pipa. De la misma forma se discute en Crátilo, contrastando primero la realidad y los nombres, y segundo, en caso de no poder hablar, la realidad y la capacidad de gestualizar para representar la realidad. En ambos casos se está imitando, por lo que queda clara la distinción entre objeto, imagen del objeto y nombre del objeto. Sucede lo mismo para el recuerdo del objeto. Para ilusrar esta cuestión presento otro ejemplo: el artista Joseph Kosuth y sus famosas fotografías One and three chairs, One and three lamps, en los que plantea los diversos modos de entenderse con la realidad y el lenguaje. Por un lado está el objeto (silla o lampara), y por otro lado tenemos la fotografía de estos objetos, así mismo un recuerdo de ellos, y tenemos también el nombre, la definición, la idea de silla y lampara; se comprende que el objeto está tanto en la realidad, como en la fotografía, como en la definición y en el nombre, y se entiende más aún que no es en esencia ninguno de estos.
Joseph
Kosuth, One and
three chairs, 1965.
La formulación etimológica, junto con el significado que estos objetos adhieren a los términos, conforman en conjunto la exactitud y precisión que tiene un nombre al intentar expresar una cosa. Sin embargo, siempre hay algo de los objetos que se queda fuera del alcance del nombre, dicho algo es el ser en sí, y este ser, entendido por Sócrates, está en movimiento. Así que el nombre representa algo de la realidad que fue captado por el legislador, que al momento mismo de ser captado se convirtió en una imagen en reposo, pero que mantuvo su curso. Por ende, es imposible que el legislador tenga un conocimiento completo de la realidad, por lo que la realidad se aleja del sujeto. Una vez captado algo, éste se aleja (Platón, p. 352).
Cuando Bacon se refiere al problema del lenguaje en su Novum Organum, toma una postura de rechazo frente a éste. Su punto de partida está en asignarle al lenguaje la culpa de errar en nuestra experiencia de las cosas. Explica, en el aforismo 59 del libro primero, que los más peligrosos de todos los ídolos, son los del foro, que llegan al espíritu por su alianza con el lenguaje (Bacon, 1984, pp. 48-51). Y es que concibe que el lenguaje modifica la realidad, tergiversándola, por lo que esta idea convierte a las palabras en antesala de la experiencia del mundo y, además, en algo exclusivamente íntimo.
Joseph
Kosuth, One and
three lamps, 1965
Estas discuciones encuentran en la filosofía moderna modelos de análisis como el de Frege (1848-1925), quien en el texto Sobre sentido y referencia realiza una
reflexión sobre la verdad o falsedad de los enunciados. Allí infiere que
el significado no se halla inmerso solo en el valor veritativo, sino también en
el sentido de un enunciado y de la referencia de éste. Frege entiende por significado
un conjunto de pensamientos que se encuentran dilucidados mediante el
significante. Estos pensamientos a los que se refiere el autor están compuestos de
sentido y les corresponde una referencia; es decir, el significado se compone
tanto de sentido como de referencia. Para que cumpla con esto, Frege escribe
que el enunciado, toda vez que emplee un signo, debe dar cuenta de
una referencia, de lo contrario incurre en una imperfección del lenguaje. El signo es cualquier designación que represente un nombre propio, cuya referencia
sea un objeto determinado, pero no un concepto ni una relación.
Además, todo enunciado debe tener espacio y tiempo, siendo crucial para entender el significado, pues no está aislado ni dividido; de tal forma que enunciados adverbiales de espacio y tiempo, así mismo como enunciados condicionales, nominales y calificativos, pueden ser tomados como nombres propios. Esto lo podemos comprender en tanto que un pensamiento no se encuentra por sí solo en una oración subordinada en la que el nombre propio es reemplazado por un pronombre, por el contrario, el pensamiento se encuentra en la unión de oración principal y oración subordinada, como también en el enunciado antecedente y el enunciado consecuente. La doble relación establecida por Frege muestra que los puentes de análisis sobre el lenguaje y la realidad están construidos por largos trechos de discusiones fructíferas. Actualmente, la filosofía del lenguaje ha entrado en relación con otras ramas del saber como la filosofía de la mente y la filosofía de la ciencia, pero no cabe duda de que el diálogo de Crátilo se ha conservado como uno de los más grandes pilares, junto a las reflexiones de San Agustín sobre el tema, por dar otro ejemplo, de las actuales formas de reflexión sobre la relación epistémica entre lenguaje y realidad.
Platón. (1983). Diálogos II: Crátilo. Madrid: Editorial Gredos. pp. 339-461.
Bacon, F. (1984). Novum Organum. Madrid: Sarpe
Además, todo enunciado debe tener espacio y tiempo, siendo crucial para entender el significado, pues no está aislado ni dividido; de tal forma que enunciados adverbiales de espacio y tiempo, así mismo como enunciados condicionales, nominales y calificativos, pueden ser tomados como nombres propios. Esto lo podemos comprender en tanto que un pensamiento no se encuentra por sí solo en una oración subordinada en la que el nombre propio es reemplazado por un pronombre, por el contrario, el pensamiento se encuentra en la unión de oración principal y oración subordinada, como también en el enunciado antecedente y el enunciado consecuente. La doble relación establecida por Frege muestra que los puentes de análisis sobre el lenguaje y la realidad están construidos por largos trechos de discusiones fructíferas. Actualmente, la filosofía del lenguaje ha entrado en relación con otras ramas del saber como la filosofía de la mente y la filosofía de la ciencia, pero no cabe duda de que el diálogo de Crátilo se ha conservado como uno de los más grandes pilares, junto a las reflexiones de San Agustín sobre el tema, por dar otro ejemplo, de las actuales formas de reflexión sobre la relación epistémica entre lenguaje y realidad.
Referencias bibliográficas
Platón. (1983). Diálogos II: Crátilo. Madrid: Editorial Gredos. pp. 339-461.
Bacon, F. (1984). Novum Organum. Madrid: Sarpe